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El “basta ya” de Eugenia Toledo y Carlos Gray

De la producción poética publicada de la chilena Eugenia Toledo, el libro “Vidas robadas” escrito junto con Carlos Gray, poeta de Pucón, también de la zona de la Araucanía, es el que más he disfrutado por tocar fibras muy íntimas que explican o niegan la existencia misma de la humanidad. En este caso específico, aborda las numerosas desigualdades de género y la peor de todas: la violencia contra la mujer.

El libro presenta dos bloques de poemas separados por los numerales romanos I y II sin detallar las autorías y no sé si se trata de un olvido de los editores, o es un guiño intencional de los dos autores al lector, para descubrir por uno mismo a quién pertenecen.

La escritora Eugenia Toledo con algunas portadas de su obra.
Foto por Javier Amaya.

En el caso de “Vidas robadas” me atrevo a apostar que el primer bloque pertenece a mi amiga y colega Eugenia. Me parece que ella identifica la gravedad del tema, lo aborda sin mucho adorno y lo presenta con crudeza para que nadie dude de su postura y su rechazo. Ese es su estilo. Tengo otra poderosa razón que me afirma en mi sospecha y son sus dos referentes poéticos Gabriela Mistral y Fray Luís de León a quienes conoce muy bien y parecen iluminarla en los caminos pedregosos de la poesía. En el caso de los poemas de Carlos Gray entonces se observa un dramatismo teatral o coral trágico, muy realista y fuerte.

Eugenia en libros anteriores, ha puesto sobre la mesa temas como la emigración, el exilio, las complejas relaciones familiares y hasta la nostalgia, presentando interrogantes, identificando los dilemas por su nombre y llamando a no cruzarse de brazos y a asumir una postura.

Sus poemarios nos indican casi de inmediato lo que preocupa a la poeta, el fenómeno que capta su atención en un momento dado, lo que le causa rechazo y hasta la angustia. Los eventos violentos narrados, que inicialmente fueron un titular de prensa, un reportaje de los medios o una nota redactada especialmente en el sur del continente Eugenia las asume y decide junto a Gray mostrarnos la dimensión de la tragedia, re-escrita en ambos casos en la estructura poética de sus versos.

Estos dos poetas sacuden las conciencias del lector como diciéndonos, no es una noticia más, no es una simple cifra, es nuestra autodestrucción colectiva. Cuando muere una mujer como resultado de un acto de violencia muere la sociedad, amenaza la continuidad de la especie. Pero Eugenia y también Carlos Gray no se conforman con el desprecio al victimario, porque de paso arreglan cuentas con esas otras formas de justificar la matazón como son la política, las costumbres, la educación, el machismo, el patriarcado y la misma teología que desde tiempos inmemoriales decidió que dios era un hombre, como para justificar la barbarie contra la mujer.

Ella se pregunta “¿Es poder del Padre aplastar o reprimir?”, “Opriman a las mujeres” afirma categórica y sin tapujos. Uno no deja de preguntarse cómo se sostendrán esos pilares del poder y la política moderna, cuando descubramos que la divinidad no es un hombre o que no tiene género o que de pronto reúne en uno a ambos.  

Así es como estos dos poetas nos ponen también a pensar: cómo se puede entender que los valores de la sociedad occidental henchida de arrogancia, por vivir en los tiempos de la tecnología veloz, la llamada “cuarta revolución industrial”, se ha movido tan poco para respetar el lugar, la autonomía y la dignidad que la mujer siempre debió tener.

Será que nos auto engañamos tanto como vivió Chile apacible en los tiempos del milagro económico, que nunca pudo resolver las profundas desigualdades, hasta estallar furioso como uno de sus muchos volcanes.

Del que puede ser un largo camino para alcanzar la igualdad de géneros como condición indispensable para llegar a la igualdad social, Eugenia Toledo y Carlos Gray con sus “poesías dramáticas”, como para presentarlas en forma teatral, dan el primer paso y nos invitan que como abriendo una caja de Pandora, dejemos volar las palabras: no más silencio. O como dice en una sola página, el final del poemario: Lo exijo.

Seattle, noviembre de 2019.

Lucy Tejada, recuerdo en su cumpleaños 99

Hoy hace 99 años, nació en Pereira Lucy Tejada Sáenz, la más brillante artista plástica de la región y de Colombia del siglo XX. Hizo parte de la primera promoción de bachilleres junto a dos compañeras del Colegio Benalcázar de Cali y con la influencia y apoyo familiar inició luego sus estudios de arte, que la llevarían a la Universidad Javeriana de Bogotá hasta la Academia de Artes San Fernando de Madrid. Recorrió luego varios países europeos haciendo sus propios estudios de arte del momento.

Lucy incursionó y desarrolló un estilo muy personal en el dibujo, la cerámica, la escultura, la pintura, el grabado dejando una vasta obra de la cual expuso en los cuatro puntos cardinales desde Italia hasta Cuba y de México a Brasil colocando su nombre en los salones de artistas más exigentes de Colombia durante varias décadas y rompiendo moldes, cuando estos espacios parecían adjudicados exclusivamente a hombres.

Los temas de Lucy son muy variados pero sobresalen su enfoque en los niños, el juego, los paisajes y los seres vivos en la naturaleza de gran tamaño, anticipándose a la preocupación actual de proteger la madre tierra para las generaciones venideras. El artista cartagenero Alejandro Obregón la llamó con razón la “pintora de la ternura”.

Aunque desde 1936 su familia se fue de Pereira para irse a vivir a Cali, Lucy en su etapa de artista madura legó a su ciudad natal, varios trabajos de arte público que lamentablemente no recibieron ni la atención ni el cuidado propio de obras expuestas a los elementos, viéndose amenazados con su destrucción.

Hacia el final de su vida y con el respaldo de sus hijos Claudia y Alejandro donó 163 obras terminadas a Pereira para una exposición permanente digna de su propio museo, que se espera se haga realidad este año por parte de la administración municipal, luego de retrasos y dilaciones.

La ciudad ha estado en deuda con esta artista cosmopolita que no hizo otra cosa que colmarla de arte y de renombre por muy poco a cambio. Con el museo, la ciudad de Pereira finalmente será puesta en el mapa del arte gráfico en Colombia junto a Cartagena, Medellín o Roldanillo.

La tarea que sigue puede tomar incluso más tiempo que la adecuación del museo, pues su inmensa obra gráfica no ha sido todavía estudiada y catalogada a fondo, para beneficio de pintores y del público presente y futuro.

El año que viene, se cumple el primer centenario de su nacimiento y seguramente los artistas y gestores de Pereira y Colombia, marcarán la fecha como la gran Lucy Tejada bien lo merece.

Nota publicada en “El Diario” de Pereira el 9 de octubre de 2019.

Terezín, un pueblo que se aferra a la vida

Cuando vine a la República Checa la primera vez, admito que no podía reconocer el nombre del pueblo Terezín, ni tampoco ubicarlo en el mapa. Decidí de un día para otro ir a conocerlo e investigarlo hasta donde me fuera posible y la verdad fui sorprendido repetidas veces por su larga y tortuosa historia.

Campo de concentración de Terezín en la República Checa. Foto por Javier Amaya.

Está ubicado al norte de Praga a unos 45 minutos de la frontera con Alemania y cuando uno se acerca por la carretera, apenas se nota un pueblo europeo más en una especie de planicie a orillas del río Ohre. Tiene de particular que en su gran cementerio reposan 10 veces más fallecidos que sus habitantes vivos, calculados en unos 3.000. Terezín se forma como asentamiento permanente en el siglo XVIII cuando un noble de la dinastía Haugsburgo ordena levantar un enorme fuerte militar, que tarda unos 10 años en habilitarse y que nombra en honor de su madre María Teresa, luego simplificado a Terezín.

Durante la primera guerra mundial, la fortaleza fue la cárcel en confinamiento solitario del serbio bosnio Gavrilo Princip, asesino confeso del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, que fue la chispa detonante del primer gran conflicto europeo. A Princip por razón de la edad en el momento de la sentencia, se le conmuta la pena de muerte a cambio de prisión que purga en Terezín hasta morir de tuberculosis. Su celda, la número uno, perfectamente identificada hasta hoy es pequeña, mal iluminada y debe ser espantosamente fría en el invierno.

La verdadera razón de la notoriedad de Terezín, es haber sido constituido como el primer gran campo de concentración de los nazis que ocupan la antigua Checoslovaquia desde 1940 hasta 1945, de lo que pudieron ser unos 1.200 campos de humillación y muerte a lo largo y ancho de toda Europa central y del este.

Theresienstadt (como lo denominan los alemanes) inicialmente fue diseñado como campo de paso y clasificación de víctimas del nazismo, como lo fueron alemanes opuestos a Hitler, judíos alemanes, checos y de otros países ocupados, luego llegarían prisioneros de guerra de Rusia y otras repúblicas soviéticas, homosexuales, gitanos, comunistas y otros clasificados como indeseables. En el pequeño pueblo adyacente se levanta un gueto y los nazis lo aprovechan como vitrina de propaganda para lavar su imagen con la Cruz Roja Internacional, que hizo más de una visita y donde solamente vieron personas dedicadas a la agricultura, jardinería, cerámica, zapatería, lectura, danzas, torneo de fútbol y hasta una sinfónica.

De no ser por las estrellas de David cosidas a la ropa, se diría que se trataba de una enorme granja donde llegaron a transitar alrededor de 150.000 prisioneros. Lo que trataban de ocultar, es que de allí los transportaban en tren a campos de exterminio en otros lugares, donde muchas veces duraban vivos apenas unas horas antes de aplicarles gas sarín, fusilamiento, ahorcamiento y seguidamente convertidos en cenizas en sus hornos crematorios.

Hacia el final de la guerra las condiciones de hacinamiento, hambre y enfermedades del gueto de Terezín aunadas a las ejecuciones selectivas cobran la vida de unas 33.000 personas, cuyos restos descansan en un campo enorme, separados por una gigantesca estrella de David y una cruz, que sirven de recordatorio a los que murieron allí.

De los 14.000 niños que arribaron a Terezín se calcula que apenas 1.000 sobrevivieron al final de la guerra. Hoy día se pueden ver los hornos crematorios y la morgue donde los cuerpos se hurgaban para robarles el último vestigio de valor, desde el oro en sus piezas dentales hasta el pelo. También siguen allí las duchas desinfectantes para los recién llegados, luego de largos viajes en ferrocarril, tratados como ganado camino al matadero.

En los salones de los prisioneros, puedo hasta tocar los tablones de los camarotes improvisados, donde pasaban hacinados día y noche con apenas una letrina para decenas y sin derecho al sol, al aire libre o a una ducha. Los mismos armatostes que se ven en las películas de la época en blanco y negro donde caras de personas amontonadas miran con resignación a las cámaras, sin adivinar su destino.

El Ejército Rojo liberó a Terezín en mayo de 1945 y lo devolvería al control checo, luego de pagar una alta cuota de 144.000 de sus soldados muertos en batalla por todo el país. El último comandante nazi de la fortaleza Karl Rahm, escapa cuando se quiebra la maquinaria militar alemana, para ser recapturado y seguidamente enjuiciado y fusilado por crímenes de guerra.

Por razones que no puedo explicar, hay abundante vegetación alrededor del fuerte militar pero se notan muy pocos pájaros y vida silvestre. Unas golondrinas prefieren hacer sus nidos dentro de los salones de techos altos del fuerte y entran y salen sin ser molestadas, ni encontrar competencia de otras aves.

Ahora en 2019, existen allí unos bien documentados museos del holocausto y las instalaciones del campo de concentración, donde todavía se lee en el arco principal la frase: Arbeit Macht Frei (El trabajo nos hace libres) que los artífices de las SS hicieron marcar en todos sus campos, sin advertirle a nadie que aunque hablaban de “trabajo” los prisioneros en verdad tenían condena de muerte. Hay unos pocos alojamientos y restaurantes en el pueblo de Terezín y da la impresión que no existen muchos atractivos turísticos, ni diversiones. Pero florecen unos cuantos negocios, hay manufactura, se cultiva, se va a la escuela y se ven unos pocos niños y 74 años de terminada la pesadilla la gente insiste en vivir aquí.

Viendo este escenario y comparando épocas y lugares, pienso que apenas mentes depravadas en Colombia quisieran irónicamente revivir en el mejor estilo nazi las ejecuciones de gente pobre, desclasada o sin empleo, cuando sembraron las ciudades y campos de cadáveres disfrazados de camuflado en lo que se llamaron los “falsos positivos”. Igual que los pobladores de Terezín que perseveran, los colombianos tenemos derecho a no volver atrás y apostarle a la vida.

Publicado simultáneamente en El Diario de Pereira, Colombia.

Los laberintos de Franz Kafka

Cualquiera que vaya esta semana por las bien surtidas librerías sobre la Plaza Wenceslao de Praga, notará de inmediato que entre los estantes de los más vendidos, se encuentra ese escritor que incita a resolver los enigmas, el misterio y lo inexplicable en la vida cotidiana como es el praguense Franz Kafka (1883-1924) y no solo en checo el idioma nacional, pero también en inglés, francés, alemán, italiano, español y ruso. Existe más de una editorial que se ocupa de publicarlo en diferentes formatos, que van desde sus títulos individuales, hasta un tomo con sus obras completas conocidas.

Escultura dedicada a Kafka del artista Jaroslav Róna en el centro de Praga.
Foto por Javier Amaya.

El escritor nacional que tal vez lo sigue en interés e importancia, es Milan Kundera, quien continúa escribiendo y publicando desde París. Pero si uno recorre el casco viejo de la ciudad, por el número de monumentos y huellas que dejó Kafka, es el que domina la escena lejos de habérselo propuesto. Hay unas esculturas dedicadas a él, como también una placa en la casa donde nació, al menos otras dos casas donde vivió, el sitio donde cursó el bachillerato, un museo muy bien documentado y por último su tumba en uno de los cementerios judíos en el centro de Praga.

Hasta un persona que descubrió las ruinas de una casa antigua debajo de su piso, se inventó una exhibición con muy poco que ver con el escritor, pero que le genera ingresos solo citando su nombre y donde irremediablemente caemos muchos ingenuos, gracias a estar ubicado al cruzar la calle de la casa donde nació el prolífico escritor.

En vida, Kafka publica unas cuantas obras, pero sus cartas personales a amigos, novias y familia resultan una fuente de inmenso valor para entender a Kafka y escudriñar en su proceso creativo. Si a alguien podemos responsabilizar de la corriente del existencialismo como corriente literaria y cultural del siglo XX es a Kafka, incluso antes que al propio Sartre. La muestra fehaciente de tal afirmación es “Carta al padre” que su autor jamás consideró una obra de valor literario, sino un documento absolutamente personal y privado que al parecer nunca llegó a manos del destinatario, porque la madre luego de leerla se niega entregarla como se le pidió. A juzgar por la dureza de sus términos, habría sido un golpe demoledor.

La carta escrita a mano y por el tamaño de la letra necesitó al parecer más de 100 cuartillas de papel y fue concebida cuando Kafka vivía solo en una pensión de Bohemia en 1919 ya adulto, apenas años antes de su muerte prematura a causa de la tuberculosis cuando no se conocía la cura y tratamiento.

La carta escrita en alemán su idioma natal, explica de forma pormenorizada el daño irreparable que puede causar durante la crianza un padre autoritario, machista y dominante sobre los hijos, que termina por negarles su autoestima, independencia y libertad individual que cualquier hijo requiere y debe desarrollar. Kafka cita escenas, diálogos y detalles de las múltiples veces que Hermann Kafka ejerce esa crianza malévola sobre él y también relata en detalle los resultados diversos y negativos en sus hermanas. Incluso recrimina que el padre arrogante que todo lo controla, tuviese una opinión negativa sobre un amigo de Franz, que se dedicaba al teatro. Se dice que también tuvo como compañeros de escuela a socialistas y anarquistas muy apreciados por él y que por medio de su amistad validaron muchas de sus opiniones contra el poder y los estados déspotas de su tiempo.

El lenguaje es directo y sencillo y con frecuencia admite sus propios errores en esa relación disfuncional padre-hijo, armado de una gran sinceridad y abriendo su corazón sin ningún tapujo y de paso, explicando sus propias interpretaciones de la religión judía y vegetarianismo que abrazó en los últimos años por su propia decisión.

Las inseguridades de Kafka van desde su timidez y aspecto demacrado a causa de la tuberculosis y rasgos físicos que obviamente no son anglosajones, hasta el cambio de carreras que siendo joven quiso estudiar en la universidad, pero que lo llevan al final a hacerse abogado para complacer al padre, o las veces que canceló unas promesas de matrimonio con mujeres que amó, pero que en opinión paterna no traían avance económico o estatus social a la familia. Seguro muchas mujeres y hombres de nuestro tiempo, lamentan verse retratados allí.

Franz Kafka encuentra en la literatura su punto de escape y declaración de libertad para su existencia oprimida, al punto de afirmar “Yo no soy más que literatura y puedo, pero no quiero ser ninguna otra cosa”. Era también una queja directa a no poderse dedicar a escribir de tiempo completo, en vez de tener que hacer horas de oficina para sostenerse. Es como puede ajustar cuentas con décadas de autoritarismo y desamor, donde puede navegar libre creando insectos repugnantes de seres humanos que se degradan y plasmarse en otras ficciones que logra publicar en vida.

Yo creo que el Samsa-insecto de su “Metamorfosis” es un imaginario del propio Kafka, que irremediablemente busca su autodestrucción, a desaparecer, para alivio de muchos. Cuando el individuo se deshumaniza, ya no nos mueve ni el pesar ni la compasión y solo queremos que se vaya para siempre. Es exactamente como se justifican las guerras, al mostrar al enemigo carente de humanidad y de sus aspectos comunes con todos nosotros, entonces se vale pulverizarlo sin remordimientos.

Con su hermana menor Ottilie, Kafka tuvo una relación especial porque ella encontró sus propios caminos para enfrentar al padre controlador y logra emanciparse creando una complicidad y alianza permanentes entre ellos. A Ottilie le confía más de 20 cuadernos de valiosos manuscritos y muchas cartas que se pierden, cuando la criminal Gestapo la arresta en 1943 para trasladarla al fuerte militar Terezin al norte de Praga y de allí a un campo de concentración nazi donde muere; como murieron también sus otras dos hermanas solo por ser judías.

A Max Brod amigo cercano y albacea de Kafka, le había pedido destruir cartas personales y todo el material no publicado, que por fortuna no cumplió y que permitió ampliar nuestro conocimiento de su obra que pone su sello distintivo desde Praga para el mundo en el siglo XX. Más de nueve décadas después de su muerte, se cree que todavía existe una parte importante de su obra sin publicar, por la negativa de los herederos de Brod de cederla al estado de Israel, que la reclama en tribunales como propia diciendo que este la cedió, cuando emigra allí terminada la segunda guerra mundial.

Praga, mayo de 2019.

El escritor chileno Jorge Edwards, fustiga otra vez al estalinismo

No es la primera vez que el chileno Jorge Edwards (Santiago 1931) se despacha contra el estalinismo en la izquierda. Lo viene haciendo desde 1973 cuando publicó “Persona non grata” y este nuevo trabajo de sus memorias, es definitivamente su continuación. “Esclavos de la consigna”, el tomo dos, sale recién en enero de este año con 294 páginas bajo el sello editorial Lumen como el más nuevo, pero tal vez no el último.

Muchos se preguntarán si Edwards es el típico rencoroso quien habiendo sido vigilado, seguido, requisado y hasta difamado por el régimen de Fidel en 1971 al llegar como encargado de negocios del gobierno de Allende a la isla, es incapaz de olvidar y pasar página. El problema es que el estalinismo en la izquierda en América Latina, sigue dando coletazos.

En “Persona non grata”, Edwards se queja con razón, de la forma injusta como fueron tratados y finalmente expulsados intelectuales cubanos y su círculo, de la talla del poeta y narrador Heberto Padilla, bajo la excusa de que criticar la revolución cubana, era lo mismo que ser contra revolucionario o peor, agente abierto o velado de la CIA.

Ya en 1966, el poeta comunista Pablo Neruda incluso sin hacer críticas abiertas a Cuba, había recibido una andanada de calificativos inmerecidos, por asistir a una reunión de la organización mundial de escritores PEN de Nueva York donde aparecieron las firmas de Fernández Retamar un incondicional de Fidel, acompañado de mucha otra gente como los escritores cubanos Carpentier o Guillén, hecho que le ofendió íntimamente y que motivan unos duros poemas de respuesta. Es la misma época que Cuba y Europa del este, promueven el “realismo socialista” como única metodología aceptable en los creadores: el arte y la cultura solamente pueden estar al servicio de la revolución.

Esas salidas en falso de los intelectuales cubanos fidelistas, no hizo otra cosa que fracturar de una vez y para siempre la unidad de un grupo numeroso de escritores y artistas de varios continentes, que alejó a muchos de seguir apoyando a la revolución cubana y que acabó para siempre con varias amistades. 

En este nuevo libro de memorias, Edwards fundamentalmente repasa varias décadas de su vida, primero como estudiante dentro y fuera de Chile, luego como aspirante al cuerpo diplomático y finalmente ascendiendo en la escala como reputado vocero diplomático de Chile en varios lugares del mundo durante varios gobiernos, hasta su cómodo retiro en España.

Por sus párrafos desfila una buena cantidad de escritores en su mayoría ya fallecidos, menciona los libros y lecturas que le dejaron huella y le impresionaron e incluso comparte datos de su intimidad menos relevantes. Se nota la mención repetida hasta fatigar de la Universidad de Princeton, Nueva Jersey donde él hizo sus estudios superiores.

Jorge Edwards proviene de una familia de clase media alta, más bien conservadora. Nunca se ha declarado militante de ningún partido de la izquierda, pero es un gran observador de muchos fenómenos internos, que cultivó amistad cercana con muchos escritores del boom y con quien se puede dialogar, a sabiendas que no es un anticomunista enfermizo. Parece ignorar las trampas del imperialismo mundial para ahogar en sangre de ser posible, cada intento de un país por su liberación. En el caso de Cuba en concreto, se sabe y se reconocen múltiples intentos de eliminar físicamente a los jefes de la revolución. El error del liderato cubano, creo yo, es confundir cada asomo de crítica desde adentro o de personas amigas, como un ataque del enemigo.

Difícilmente a Edwards se le podría catalogar como persona de derecha como un Vargas Llosa, que parece coquetear con Bush y justificar sus guerras imperialistas del Medio Oriente. En este libro, Jorge Edwards admite ingenuamente que en materia de ideas políticas, muchas veces no sabe dónde está parado y eso debería eximirlo de suspicacias.

En el caso cubano, sostiene que el culto a la personalidad de Fidel no necesitó levantar estatuas o utilizar su nombre en cada obra pública, para que el comandante caprichosamente ordenara sobre la economía, las relaciones exteriores, el programa agrario o la estrecha vigilancia sobre la vida de los cubanos entrando hasta sus cocinas y dormitorios por varias décadas.

En el año 2016 el mismo cuando muere Fidel, al turista extranjero no le pierden pie ni pisada y acumulan decenas de fotos que te toman sin avisar y menos pedir permiso y de forma intencional las ves reunidas a tu salida del aeropuerto. No creo que hoy haya cambiado mucho y soy consciente que los países capitalistas hacen lo mismo de manera más sofisticada con el internet, la telefonía y las redes sociales. En el mundo moderno no existen los inocentes.

El problema del estalinismo en la izquierda, es que la discusión tiene plena vigencia con los casos de Nicaragua y sobre todo de Venezuela. El chavismo intenta repetir el mal ejemplo de levantar un modelo socialista bajo los principios obsoletos de la dictadura del proletariado, que en últimas es la dictadura de unos pocos y ultimadamente de uno o dos. Para su infortunio, Maduro no convoca, es torpe e improvisado y apenas es capaz de recitar dos o tres frases muy gastadas y terminar su discurso político con mentiras, fantasías y uno que otro disparate que causan risa y dan pena y él parece no darse cuenta. Nadie ha ayudado tanto a la ultraderecha mundial y a las oligarquías latinoamericanas con arsenal anti socialista y descrédito, como Maduro.

Cómo se desate finalmente el nudo de Venezuela, tendrá una enorme repercusión en las elecciones presidenciales en Colombia, por su cercanía y el efecto dominó, porque será presentado como el modelo a evitar a toda costa. Se nota el gozo de Holmes Trujillo (candidato presidencial fijo) y de sus jefes de la derecha colombiana, con cada una de las metidas de pata del venezolano.

Los partidos progresistas y de izquierda colombianos deberán ser más inteligentes, para desmarcarse de ejemplos fracasados y no seguir tras los reductos de un marxismo ilustrado con pocos seguidores desde los años treinta del siglo pasado.

Nicaragua y Venezuela hoy parecen proyectos fallidos de revolución, que ven eclipsados sus avances sociales y económicos por los escándalos monumentales de corrupción y enriquecimiento personal, derroche, represión feroz, asocio con paramilitares, inflación astronómica a costa de los sufrimientos de grandes masas desposeídas y desesperadas, que apenas notan alguna diferencia con los modelos de sociedad capitalista que se supone dejaban atrás y que finalmente deciden emigrar en masa.

Maduro no tiene defensa y el partido gobernante parece incapaz de quitarlo del medio y cambiar de rumbo y mejor deciden que el agua les siga subiendo arriba del cuello y finalmente los ahogue. Lo que vemos entonces, es la confirmación que una propuesta de socialismo en estos tiempos no tiene ningún futuro sino se hace en democracia, convocando la voluntad popular desde abajo, que quite del poder a los ricos, castigue duramente a los corruptos y den oportunidades reales a los más pobres y desamparados.

Me parece que en ese contexto, que invita al análisis y la reflexión y que le apuesta a la democracia, este ameno libro de Jorge Edwards como los inmediatamente anteriores, reivindica el valor del debate abierto y el pluralismo de las ideas.

Un avión para Pereyra

Transcurría el último trimestre de 2005, cuando la prensa colombiana comenzó a promocionar un festival de arte y literatura que se realizaría en Cartagena a finales de enero de 2006. No sería un evento cualquiera, afirmaban que Gabriel García Márquez en la cúspide de su gloria había confirmado su asistencia y eso ya sentenciaba la calidad de lo que pasaría allí.

Huir del hemisferio norte en enero no es un gran sacrificio por las temperaturas heladas, los vientos, lluvias y muchas veces la nieve que en todo se atasca. Me puse en marcha hacia Cartagena con mi esposa y adquirí entradas anticipadas a varios de las presentaciones del festival, organizado por una empresa inglesa.

Luego de un largo viaje, hicimos un trasbordo en Panamá y al subir al último avión que nos llevaría a Cartagena en un corto vuelo, nos llamó la atención un hombre en silla de ruedas acompañado de una señora delgada y alta. El hombre que no parecía tan mayor, era incapaz de sostenerse de pie, se quejaba levemente con cada movimiento brusco y se sentó con mucho trabajo justo en la fila frontal inmediata. Como si el pobre hombre para evitar el dolor, necesitara un avión forrado en algodón. Una azafata colaboró con la pareja en acomodarse y sin tardanza, el avión nos puso en camino. El descenso debió ser igual de penoso al abordaje, nosotros perdimos de vista a la pareja y no la vimos más.

El festival dio inició y en una de las primeras presentaciones en Cartagena, se corre el telón, el público aplaude y entre los presentadores debidamente sentados a la izquierda de la audiencia, estaba el personaje maltrecho del avión en Panamá. Era Roberto Fontanarrosa el genial caricaturista, escritor y fiel hincha rosarino, llamado por sus íntimos como “El Negro”, con una amplia sonrisa y una apariencia de comodidad, sin la silla de ruedas a la vista, que nadie hubiera pensado que era la misma persona que vimos días atrás. No dudé en pensar, en el regalo generoso de Fontanarrosa en hacer ese largo viaje desde la lejana Argentina, para regalar su humor y presencia a los asistentes del evento en Cartagena.

Leí luego que Roberto padecía de una esclerosis muy severa que lo atormentaba diariamente y que casi lo tenía prácticamente marginado del trabajo. Varias décadas antes, estando yo en la secundaria en Pereira supe de Fontanarrosa, como autor de las brillantes series “Boogie el aceitoso”, “Inodoro Pereyra” entre muchas. Los trazos de las figuras, monólogos y diálogos de sus personajes eran siempre precisos, mordaces, atrevidos. Fontanarrosa nunca respetó estatua en su pedestal y era perfectamente capaz de burlarse de él mismo. De seguro tenía devotos seguidores y por supuesto detractores que deseaban lo peor para el dibujante.

Al final de esa presentación y de manos del escritor español Fernando Savater, instante que seguro recordará, le dieron los organizadores a Fontanarrosa un libro antiguo que agradecido dijo con mucha gracia, que todo su vecindario en Rosario había salido a las calles para celebrar, causando una estruendosa carcajada en todo el auditorio. Supe luego que el desfile como una premonición, se dio al regreso de Roberto a su pueblo en Argentina.

Fontanarrosa muere un año y medio después y ocupa ese lugar entre los inolvidables de la cultura no solo argentina sino latinoamericana, que coincidiera con tiempos aciagos para la democracia en el cono sur y a nivel global con la funesta guerra fría. Sus dibujos retaban un orden establecido y su mensaje fue una voz contra la oscuridad.

Roberto ya tomó su viaje sin regreso junto con “Boogie” y con “Pereyra”, pero entre nosotros contamos con alguien que recoge las banderas del humor, la estocada, la impertinencia y que corta por igual rabos y orejas semanalmente en publicaciones nacionales, como es Julio César González. Ha pisado callos hasta ganarse amenazas de muerte por cuenta de fanáticos y uno que otro despistado. Fortunosamente “Matador” no necesita avión, él ya vive en Pereira.

Publicado originalmente en el suplemento Las Artes de El Diario. Pereira, Colombia.

La casa de Goethe en Frankfurt

La edificación de tres pisos y lo que parece un ático y medio visto desde la fachada, se distingue de todas las demás en ese barrio cerca del ayuntamiento de Frankfurt, más no por su apariencia, sino por ser el sitio donde naciera Johann Wolfgang Von Goethe en 1749 y también por la historia que rodea como tal a la casa.

En el lugar, Goethe vivió hasta la edad de los 25 años, donde escribiera la novela corta que lo puso en la palestra europea y mundial “Los sufrimientos del joven Werther” y apenas regresaría unas veces más, en cortas visitas a su familia. Vivió la mayor parte de su vida en el Ducado de Weimar, a menos de tres horas de distancia por la moderna carretera de hoy.

Goethe pertenecía a una familia burguesa acomodada y fue instruido con tutores que su padre contrató antes que fuera a la universidad y graduarse como abogado, más no por su propia decisión, porque en verdad lo que le interesaba eran las artes y la ciencia. El joven estudiante se dedica con especial esmero a los clásicos griegos y aprende rudimentos de los idiomas griego y hebreo.

A esa edad, ya demostraba sus tempranas habilidades como escritor, poeta, dramaturgo, traductor, dibujante, administrador público e inquieto hombre de ciencia que planteó conceptos sobre la evolución de las especies antes que Darwin y estudiaría la física de los colores, sugiriendo hipótesis inéditas. Los viajes fueron también actividades de aprendizaje fundamentales durante su vida.

Se le reconoce como autor de unas 15.000 cartas dejando por fuera, todas las que pudo haber destruido junto a borradores de material que no consideraba merecedor de ser publicado. Mantuvo un diario personal por más de 52 años en los que consigna contenidos de conversaciones. Goethe recibió la formación propia de una familia luterana, pero de adulto no se consideraba practicante de ninguna confesión religiosa e incluso llega a afirmar que tal vez era panteísta.

Se cuestionaba por ejemplo, por qué la misericordia divina permitía el dolor y sufrimiento de miles de inocentes, bajo el peso de crueles desastres naturales y humanos. Se asegura que en los últimos años de vida, ingresa a la Logia Masónica, aunque muchos de sus biógrafos no corroboran el dato.

Fue contemporáneo con dos grandes hechos históricos, como fueron la separación de las 13 colonias americanas del imperio británico para formar los Estados Unidos y luego la erupción social de la revolución francesa, que cautivó a muchos de sus contemporáneos, pero que Goethe cuestionó por la violencia interminable que involucró a todos sus actores.

Junto con Schiller quien fue su amigo, se les considera los líderes del Romanticismo Alemán del siglo XVIII. Tuvo amistad con el músico Beethoven y el sabio Humboldt, con el filósofo Schopenhauer, aparte de merecer el respeto de nobles y del emperador Napoleón Bonaparte, con quien conversó a su pedido, al paso de este por Prusia tres veces. El drama Fausto es considerada la obra cumbre de Goethe, entre su vasta bibliografía, en la que el autor trabajó durante varias décadas, aunque con largos períodos de descanso. El tema del Fausto, ocuparía a otros escritores germanos muchas generaciones después.

Lo casa de Frankfurt atesora una biblioteca de más de 2.000 volúmenes que se pueden observar perfectamente dentro de las vitrinas, en su mayoría con nombres en latín. También tiene muebles, escritorios, cuadros y adornos que pertenecieron a la familia donde se destacan dibujos de Roma y el Vaticano, el ombligo del mundo en la fecha, e incluso una casita de títeres que alegraba al niño Goethe y que tal vez le siembra la inquietud de la dramaturgia.

Las tablas del piso de toda la edificación son muy anchas, ajustadas con clavos de cabeza en forma de cruz. Al uno caminar rechinan sin importar el peso del visitante. En la cocina hay dos fogones, uno para leña y el otro para carbón dependiendo del platillo a preparar. La residencia tiene un buen número de ventanas, aprovechando el uso de luz natural.

Lo impactante de la historia de la casa, es que aunque su contenido es genuino, la casa tuvo que ser reconstruida totalmente cuando un bombardeo de los ingleses en marzo de 1944 solo deja el cascarón y los administradores previendo el desastre, ya habían ocultado sus muebles.

El 85% de la ciudad de Frankfurt queda reducida a escombros y en tan solo 5 días, mueren unas 1.500 personas bajo la pólvora, el fuego o aplastados entre paredes. Si la Luftwaffe fue despiadada con los barrios pobres de Londres, los pilotos ingleses se ensañaron con los civiles alemanes. Además de destruir instalaciones militares nazis, fueron indiscriminados con todo lo que sus bombas y metralla encontraran a su paso. No es cierto que en las guerras haya matones buenos, eso es un burdo sofisma de Hollywood que siempre ensalza al vencedor.

Entre 1947 a 1951, la casa fue reconstruida cuarto por cuarto, manteniendo las dimensiones y distribución basados en planos, fotos y pinturas y gracias a ese esfuerzo, la podemos recorrer hoy. A un lado de la casa en Frankfurt, la fundación privada que la administra, abrió un museo que muestra colecciones de arte del tiempo de Goethe, haciendo de la visita una verdadera clase académica especializada.

A lo largo de su vida, Goethe tuvo tres parejas conocidas y fue padre de cinco niños, cuatro de los cuales fallecen a una tierna edad. El gran intelectual alemán fallece el 22 de marzo de 1832 en Weimar a los 82 años. Sus restos descansan junto a los de Schiller en el panteón ducal de la misma ciudad.

Publicado originalmente en el suplemento Las Artes de El Diario en Pereira, Colombia en junio de 2018.

El vuelo de la pájara pinta

Si me preguntaran quién ha sido la más grande narradora pereirana entre dos siglos, diría sin lugar a dudas que es Albalucía Angel (1939), quien por más de cuatro décadas ha estado viviendo muy lejos de su país, y quien al tiempo ha venido acumulando una narrativa de grandes quilates, que va por todo el mundo contando su ver y sentir a través de la ficción.

Su novela “Estaba la pájara pinta, sentada en un verde limón”, está firmada en España entre los años 1971 y 1975. Tiene muchos personajes entre los que se destacan Ana, una adolescente o preadolescente, de una familia de clase media alta de Pereira y en su círculo afectivo Verónica y también Sabina, una trabajadora doméstica que actúa como la extensión de la autoridad y forma de pensar de la madre de Ana, contemporáneas con el estallido social por el asesinato de Gaitán en 1948.

Ana es una jovencita que todo lo indaga, que espera siempre respuestas inteligentes a sus preguntas y que rompe moldes de conducta y de pensamiento, para quien hacer las cosas por tradición no es motivo suficiente que justifique nada. Su familia tiene unos códigos morales propios de la época, que de una u otra forma son guiados por la religión y que define estrictamente lo permisible y condena lo inmoral y pecaminoso. Sitios y locaciones en Pereira, son citadas con nombre propio.

Ella no es simplemente una niñita rebelde pasando por una etapa de crecimiento, es mucho más que eso, ella se cuestiona los valores de una sociedad machista y patriarcal como la Pereira de su época, donde la mujer por el hecho de serlo vale menos y debe estar sujeta al control, manipulación y capricho del hombre. En este aspecto, Ana parece el alter-ego de Albalucía, quien alguna vez dijo en una entrevista, que atosigada por estos valores, de haberse quedado en Pereira, “tal vez se hubiera lanzado a las aguas del Otún.”

El 9 de abril

En los comienzos de la novela narra lo ocurrido en Bogotá el 9 de abril y la retoma brutal del establecimiento, que masacra un pueblo dolido e iracundo, que no entiende por qué le cortan de un tajo sus ilusiones de cambio, matando a su caudillo. Cuenta las escenas de muchos curas disparando al populacho desde los campanarios de las iglesias, la policía de Bogotá insubordinada entregando fusiles a los exaltados y el ejército ametrallando al que se acercara al palacio presidencial. La Radio Nacional llamando a derrocar el gobierno de Ospina para pedir cuentas a Laureano y dando como un hecho, la conformación de juntas revolucionarias que desconocieran los alcaldes y al poder central. La ciudad arde en llamas.

El libro no narra de forma lineal y utiliza diálogos y monólogos de otros personajes que cubren más de dos décadas después de 1948 donde se cuenta la formación de guerrillas liberales que logra desmovilizar la dictadura de Rojas y luego de no cumplir lo pactado, la aparición de las guerrillas de Marquetalia. En este lapso llama la atención el asesinato de estudiantes universitarios en Bogotá el 8 y 9 de junio de 1954 a manos de la tropa del Batallón Colombia y la matanza de asistentes a la Plaza de Toros, cuando espontáneamente rechiflan a la hija del general.

Rojas Pinilla

Albalucía narra también la pomposa visita del Teniente General Rojas Pinilla en la cúspide del poder a Pereira, donde luego de ceremonias y protocolos es abordado por Policarpa, esa señora de triste figura que los pereiranos de mi generación conocimos vestida de militar y marchando con los demás uniformados en todas las fiestas patrias mientras vivió. En los lectores, la novelista siembra la duda si eso pasó o es un recurso magistral de ficción.

Resulta imposible no hacer paralelismos entre las muertes violentas de Gaitán y de Galán (éste último magnicidio posterior a la novela) y como personajes tan lejanos a los mártires, sacan ventaja de forma oportunista asegurándose después la silla presidencial. En el caso de Gaitán, fue Carlos Lleras Restrepo quien súbitamente se jura gaitanista en el velorio, cuando todos saben que nunca lo fue.

En los capítulos finales de la novela, Albalucía describe las desventuras de los torturados, los desaparecidos, los presos secuestrados por los diferentes gobiernos para hacerlos “cantar” y señalar a los cómplices de la subversión. La lectura causa vértigo porque la novelista es pródiga en los detalles y el lector entra con ella a los calabozos, a los centros de tortura. La crueldad se hace dueña y el humanismo queda en el olvido.

Premio

Este libro recibe el primer lugar en la Bienal de Novela en 1975, donde fueron jurados escritores de renombre como Alvaro Mutis y Umberto Valverde. Albalucía nos deja ver su destreza en jugar con el lenguaje. Fue luego impreso en Colombia en una muy modesta edición auspiciada por Mincultura, que a la fecha bien justifica una edición de lujo.

Aunque Albalucía no hizo parte de la élite del “boom”, conoció a casi todos sus integrantes y frecuentó la casa de García Márquez en sus años en Barcelona. La escritora y su obra no reciben todavía el reconocimiento, análisis académico y halago que Pereira le debe y que nos coloca, gracias a ella, en el mapa de la literatura mundial en español.

* Texto y foto publicados en el suplemento “Las Artes” de El Diario del Otún de Pereira en mayo de 2018.

Lisbeth Rodríguez, la poeta revelada

                                                                        *“…se me ha muerto como del rayo…”

Yo fui uno de los muchos compañeros de conversación ocasional, de la médica colombiana Lisbeth Rodríguez (1969-2015) a su paso por Seattle. La conocí cuando ella estudiaba medicina natural y alternativa en una prestigiosa escuela y coincidimos luego en un comité de compatriotas, denunciando los desmanes del gobierno de turno contra la protesta social, los derechos y las libertades sindicales en Colombia.

                                 Foto cortesía de la Familia Rodríguez.

Nos ideamos unos foros mensuales a los que denominamos “Tinto por la paz” y tuvimos como escenarios la Biblioteca Pública, la Universidad de Seattle y otros, denunciando las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, contactando a los congresistas estadounidenses y demandando recorte a las ayudas militares.

Yo no sabía que Lisbeth escribiera, conocía algo de sus variados talentos e intereses de lo que nos contaba, hasta que un día nos invitó a un grupo a su casa, porque se marchaba de Seattle a seguir estudiando medicina en Cuba. Mientras desechaba, regalaba y rompía lo que no pensaba llevarse, me enseñó unos manuscritos que me motivaron a decirle que tenía material digno de una publicación. No me tomó en serio, sus prioridades eran otras y estoy seguro que la mayoría de sus notas íntimas terminaron en el reciclaje.

A algunas personas la poesía les fluye natural y espontánea, pueden dibujar por escrito sentimientos, recuerdos e imágenes que revelan con una dimensión estética cuando se leen. Ese era el caso de Lisbeth, pero no le daba mayor importancia. Es más, ni siquiera tengo la certeza que a sus escritos los llamara poemas. Su sensibilidad extraordinaria con las necesidades de la gente más desvalida y su disposición de ayudar, la hacían la poeta óptima.

Un absurdo accidente en carretera, truncó para siempre tu escritura. Aquí comparto algunos de los poemas que me regalaste, fechados décadas atrás. Gracias Lisbeth.

*”Elegía” de Miguel Hernández.

Fragmentos

I.

Entre ocaso y pesadillas,
me sorprendo llena de imnunidad,
has tocado mi cuerpo vida,
con una estocada de dolores,
pero mis sueños no están al alcance
de tu espada.

II.

Escucha tu corazón
todas las voces,
todas los efímeros pensamientos.
Se transforman allí en eco
de tu propia verdad.

III.

Todos mis días
se empujan
en esta espera
de mi amor.
Todos los pensamientos
no son suficientes
para sosegar esta sed
de conocimiento.
Ninguna técnica
desvanece mi interminable pregunta,
solo el amor logra apartarme
de estos desdenes del intelecto.

IV.

Hay quienes como yo,
no pueden resistir la tentación
de un papel en blanco.
¿Decirte qué? Sin embargo al cabo de algún tiempo,
será distinto este efluvio de emociones que me asaltan.
…y tú amor sin embargo,
lo puedes contamplar todo,
desde el infinito dictamen del sentimiento,
hasta la más efímera caricia.

La versión original de este artículo fue publicada en el suplemento “Las Artes” de El Diario del Otún en Pereira, Colombia. Septiembre de 2017.

Aznavour, poeta y cantor de lo cotidiano

“Je suis comme le café au lait un mélange inséparable.”

Para un parisino inconfundible como Charles Aznavour, reconocer sus raíces y su cultura originaria, que encuentra sus ancestros en una remota república en los límites entre Asia y Europa como Armenia, ya es un mérito. “Mis costumbres son francesas, mis tradiciones son Armenias” ha dicho con mucho orgullo.

Nace en París en 1924 bajo el nombre de Shahnourh V. Aznavourian, mientras su familia huyendo del exterminio, esperaba una visa para viajar a Estados Unidos que nunca llega. Aznavour debuta en un musical a la edad de los nueve años junto a su hermana Aida, en lo que sería el inicio de una de las más largas y prominentes carreras, que hasta la fecha lo mantienen en el escenario.

A los noventa años, sigue dando conciertos y su despedida final parece que no llegará mientras esté con vida, voz y con salud para hacerlo. Se presenta en menos recitales, pero sigue llenando las salas al tope como me consta.

Dependiendo a quién o dónde se consulte, no es fácil precisar si Charles Aznavour ha compuesto 600, 700 u 800 canciones por su cuenta o en colaboración con otros artistas. Lo que se sabe a ciencia cierta, es que ha grabado más de 1000 melodías como solista o en duetos con famosos de muchos países.

En entrevista con Maurice Achard periodista especializado, Aznavour explica que cuando compone toma como referencia al más grande novelista francés de todos los tiempos Víctor Hugo, quien hablaba del proceso de escribir como un ejercicio geométrico, donde se abría el tema, se le daba cuerpo y luego se cerraba armoniosamente.

Aznavour dice que busca con esfuerzo las rimas perfectas y donde sus fuentes de inspiración salen de la vida misma, de la cotidianidad. Admite con humildad que muchos de sus amigos le corrigen solidariamente errores gramaticales y de composición, mejorando sus productos finales.

Hay por contraste cantantes modernas, que parecen renegar de sus orígenes, lucen una apariencia falsa y se ven rubias, donde su música ahoga la vocalización, dando como resultado que nadie entiende lo que estas dicen en ningún idioma.

Aznavour dice también que sus exitosas composiciones musicales aparte de su inspiración, se deben a colaboraciones con múltiples talentos y donde muchas veces una misma melodía ha evolucionado a través del tiempo para conocerse hoy día con acordes distintos al original. Entre los duetos que ha grabado, incluyen a figuras reconocidas como el francés Gilbert Becaud mejor conocido por “Natalie” hasta el cubano Compay Segundo, ambos ya fallecidos.

Cuando son tantas las canciones grabadas y compuestas desde 1944 hasta la fecha, no puede recordarlas absoutamente todas y debe repasarlas si decide grabarlas de nuevo en versiones contemporáneas.

Sorprendemente confiesa que su verdadera pasión es ser actor, pero que a su edad ya no lo intenta, porque le resulta difícil grabarse en sus memoria diálogos largos. A lo largo de su carrera artística ha participado en al menos 67 películas de varios países, haciendo papeles protagónicos y de apoyo. Para lo que sí le sirve su alma histriónica todo el tiempo, es para “actuar” sus melodías. Aznavour al cantar en público gesticula, baila, se desplaza por el escenario, improvisa, parece dialogar con la gente y representa la historia que canta.

Afirma que aprendió de Edith Piaf, que una de las más grandes satisfacciones del artista más allá de las placas, las medallas y los homenajes es el “amor del público.”La conoció en una emisora y colaboró musicalmente con ella hasta la muerte temprana de la diva.

En esa época, Aznavour era conocido exclusivamente como compositor y muchas veces escuchó de figuras de la industria musical, que le decían que no tenía nada que hacer como cantante, porque tenía en contra su estatura, su voz y su apariencia. A la fecha se ríe de tal época y en cambio recibe complacido las comparaciones que la prensa estadunidense le hace, al decir que es un heredero en calidad de cantantes como Frank Sinatra. “Mi voz puede ser áspera, pero tal vez era más áspera la voz del inolvidable Louis Armstrong” dice con tranquilidad.

En Colombia conocemos a Aznavour especialmente con un álbum en español, que popularizó canciones como “La bohemia”, “Venecia sin ti”, “Y por tanto”, “La mamá” y otras tantas adaptaciones muy cercanas a las originales en francés. También ha grabado numerosas producciones en inglés, en italiano y alemán.

Sería difícil encontrar un artista francés tan prolífico como Aznavour que le ha cantado a temas como al vida en París, la Guerra Civil Española, los derechos de la mujer, el prejuicio homofóbico, la epidemia del Sida o el siempre recurrente discurso del amor y del desamor.

Sin haber encontrado las barreras y las dificultades que debió enfrentar y superar, no puede explicar su existencia. “Yo estoy hecho de acero” dice Aznavour, aunque reconoce que se puede conmover hasta las lágrimas con una buena película de amor.

Reconoce que no asiste a servicios religiosos, pero cree que todas las religiones, no solamente las cristianas, en la medida que promueven códigos éticos y de convivencia pueden ser positivas para el individuo.

Políticamente hablando, Aznavour tiene amigos y admiradores sinceros en todo el espectro ideológico francés, pero cuando la extrema derecha de Le Pen hizo campaña, Aznavour no dudó en atacar sus posiciones fanáticas sin ninguna ambiguedad.

Hoy es martes y París en otoño es frío y lluvioso, pero tengo una oportunidad única. Tuve suerte en conseguir dos sillas en la hilera ocho en la nave central. Las cortinas se corren a izquierda y derecha y ahí está el hombre que de inmediato es recibido por un cerrado aplauso.

Nada de lo humano permanece para siempre y Charles Aznavour tarde o temprano tendrá que dejar de salir al escenario. Cuando su humanidad se vaya definitivamente, quedará la leyenda que en vida, ya lo hizo inmortal.

Publicado originalmente en el suplemento literario Día D del diario “El Nuevo Siglo” de Bogotá, Colombia en 2014.