La última batalla de Ernest Miller Hemingway

Todos tenemos una cita con la muerte. Para el escritor de Illinois Ernest Hemingway (1899-1961), era hora de encararla por una última vez y cortar de raíz con el infierno irreversible en que se había convertido su vida. Ya no escaparía vivo por un tris, como le había pasado en 9 ocasiones antes, desde la primera guerra mundial, cuando un proyectil austriaco mató a varios compañeros del ejército y mal herido pudo perder sus piernas o en dos accidentes de aviación en el África que le dejan fracturas y quemaduras, o dos intentos fallidos de quitarse la vida. 

Lo había ganado todo y ahora muy enfermo y disminuido, también lo había perdido casi todo, empezando por el deseo de vivir. Había recibido las dos preseas más apetecidas para cualquier escritor estadounidense, el Pulitzer y el Nobel, se rodeó de los amigos que quiso, unido en matrimonio 4 veces, dejaba 3 hijos, había recorrido medio mundo y el dinero nunca le faltó. Pero la acumulación de traumas desde la infancia, la depresión crónica y ahora la imposibilidad de concentrarse para redactar, aunque fuera un solo párrafo le dieron el toque de alarma. 

Hemingway escribe. Museo Wood River de Historia y Cultura .

Hacía poco, un médico amigo lo había convencido de someterse a sesiones de electrochoque experimental en la clínica Mayo y los resultados no pudieron ser peores. Solo agravaron su estado general y para completar, moría poco antes su amigo el actor Gary Cooper.  

Hemingway lo tuvo perfectamente claro por mucho tiempo y aunque devastado, nunca condenó moralmente a su propio padre, cuando opta por esa salida. Siempre reivindicó el derecho individual de toda persona a partir cuando en un punto de no retorno, la vida ya no es vida. En una de sus novelas menos publicitadas “Tener o no tener” (1937) de forma descarnada hace una lista de posibilidades de truncar la vida, como saltar al vacío desde el apartamento, o la ventana de la oficina, el auto encendido en el garaje, o la solución menos demorada de tirar del gatillo de la Colt o la Smith & Wesson. Todos estos “implementos” decía él podían terminar con el insomnio, el remordimiento, “curar” el cáncer, evitar una bancarrota cuando la vida de la persona en vez de sueño americano sintiera que es una pesadilla. 

El domingo 2 de julio de 1961 era verano en Ketchum Idaho, donde vivía con su esposa Mary. El sol sale temprano en esa estación del año y Hemingway en piyama se levantó sin hacer ruido, fue hasta el rincón donde pudo tener hasta 20 armas de varios calibres y escogió la escopeta de cazar de doble cañón Boss y le puso los cartuchos. Caminó hasta la sala, acomodó el cañón de la escopeta dentro de la boca y sin decir nada, de un solo impulso tiró del gatillo. 

El ruido del disparo despertó a Mary Hemingway y angustiada corrió para presenciar lo peor. No hubo alarma entre las casas vecinas y alguien pensó que a algún cazador de alces se le había escapado un tiro. Mary compungida y firme, dijo ante todos que Hemingway limpiando el arma había tenido un accidente. Pocos le creyeron que un diestro en armas desde los 18 años se equivocara de esa forma, pero nadie demandó una investigación formal. Lo importante para la viuda era que los curas, siempre hablando a nombre de Dios para absolver o condenar, le negaran al suicida una cristiana sepultura. La familia y amigos acompañaron sus restos a un funeral de rito católico en el cementerio del pueblo, a donde se puede llegar caminando. 

La lápida es grande pero simple, no tiene epitafio ni símbolos religiosos. Tres árboles enormes de ciprés parecen cuidarlo alrededor donde también descansan su última esposa Mary y otros familiares y allegados. Todos los días, lectores del muerto ilustre le dejan lapiceros, monedas que nadie toca, flores, cervezas selladas o iniciadas, igual como botellas de vino y whisky y otros licores, piedras pequeñas y hasta lápiz labial. Debe reconfortar a su hijo que le sobrevive Patrick Hemingway, un nonagenario vivaz, lúcido y elocuente,  al saber que no transcurre un día sin que su padre reciba visitas. 

Tumba de Hemingway en Ketchum, E.U.

Por siglos se ha afirmado, que todo suicida es un cobarde, yo no lo creo. Es alguien que ya no quiere vivir en dolor y sufrimiento y está en su derecho de decidir lo que le convenga. Hemingway vivió y murió congruente con sus ideas reflejadas en el cierre de su afamada novela “El viejo y el mar” asegurando que “un hombre puede ser destruido, pero nunca derrotado”. La prueba de su victoria sobre el olvido, la dan los cientos de visitantes anónimos que sin pausa y en peregrinación lo siguen recordando y hasta brindando simbólicamente con él.  

Ketchum, Idaho. Septiembre de 2024 

La casona de Goethe en Weimar

Mantuve por años la curiosidad de recorrer esta casa, luego de haber visitado el sitio de la niñez y la infancia de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) en Frankfurt hace varios años. Weimar es una ciudad al sur de Berlín, de la cual se conocen registros como asentamiento humano desde el año 949. Carece de aeropuerto, pero está bien conectada por tierra especialmente por tren, que puede alcanzar velocidades de hasta 180 kilómetros por hora. Sin contratiempos, se puede llegar desde la capital alemana hasta ahí en 3 horas.

Puerta principal de la casa Goethe en Weimar. Foto por Javier Amaya.

La fachada de la casa Goethe que mira a una pequeña placita es impresionante. Tiene 3 plantas visibles y conté hasta 36 ventanas, una puerta principal y a los lados, 2 entradas a caballerizas para jinetes o carruajes según los recursos del visitante. A la fecha, están habilitados 18 cuartos decorados, casi como el escritor los mantuvo en vida. La casa no tiene nomenclatura numérica o alfabética, ni placas que ratifiquen a quien le perteneció. Sobre el marco de la puerta hay una invocación religiosa en latín, seguramente de su primer dueño. Goethe vivió allí por casi 50 años donde falleció en un cuarto, en el cual resalta la simpleza de la cama de madera sin talla contrastando con la exquisitez de la decoración de inspiración greco-romana clásica, encarnada en pinturas, grabados, dibujos y esculturas de muchos tamaños. La casa era un gran museo donde apenas residían de 5 a 8 personas incluyendo los trabajadores y en la que su dueño siempre estaba modificando y decorando. Y como si fuera poco, en la parte de atrás tenía no 1 sino 3 jardines bien diferenciados donde quedaba espacio para la huerta.

Varios cuartos cuentan con su chimenea para calentarlos en invierno, pero las paredes de piedra no conservan bien el calor y hay que moverse hasta encontrar el sitio más térmico. La cocina actual es diminuta y uno apenas puede imaginar las angustias de sus trabajadores a cargo de correr las francachelas y comilonas hasta la madrugada, donde Goethe siempre se aseguró que no faltara la cerveza y el vino. Y como él mismo escribiera en una nota de invitación: “se aceptan contribuciones.”

Ultima alcoba del escritor Goethe. Foto por Javier Amaya.

Los cuartos fueron nombrados por Goethe, como por ejemplo cuarto de cartas, cuarto amarillo, cuarto del jardín, cuarto Urbino, cuarto Juno, recepción, comedores principal y secundarios, estudio personal, cuarto de rocas y fósiles, biblioteca, etc. El genial escritor afirmaba que “la casa, ese sitio donde uno pasa la mitad de la vida” y resulta imposible no cavilar sobre el infortunio de millones que no tienen una, o que están a riesgo de perderla junto con la vida misma bajo las bombas y la metralla.

La pregunta obligada es cómo se financió Goethe. Tuvo como mecenas y protector al noble más poderoso de la región, el Duque Carlos Augusto de Sajonia, Weimar y Eisenach durante casi toda su vida dándole empleo como consejero privado y luego como consejero con rango de ministro de gabinete. Goethe fue pagado generosamente con recursos del tesoro y se permitió vivir sin percances en toda su vida adulta, al punto de poder dejar una herencia a sus descendientes. En sus funciones de consejero, Goethe debía producir reportes de análisis y estudios basados en la ciencia y conocimientos apoyado en una sólida biblioteca personal de 7200 volúmenes que contarán muy pronto con un catálogo. A unos 20 minutos de caminata desde la casa, se encuentra la Cripta de los Duques donde resalta el féretro de Goethe, al lado del ataúd vacío de su colega y amigo Schiller rodeado de príncipes, princesas, duques y duquesas. La cripta es una especie de capilla de inspiración cristiana en medio de un cementerio lamentable, donde yerba y maleza no parecen haber sido cortadas desde el año pasado y donde lápidas ennegrecidas se caen de lado sin que una mano con misericordia las limpie o las vuelva a levantar.

Viviendo en Weimar Goethe fue llamado a conocer y hablar con el emperador Napoleón por lo menos en 3 ocasiones fuera de su casa, donde le confesó su deleite con su obra “Los sufrimientos del joven Werther”, obra coronada como clásica del romanticismo alemán y fue más allá, diciéndole que la había leído 7 veces y que la transportaba como una de sus favoritas en la biblioteca imperial de guerra.

Déspotas y poderosos siempre han buscado con dinero o con lisonjas, permear mentes brillantes de intelectuales para cepillar su propia imagen y tenemos casos más recientes: la dictadura argentina con Borges y Sábato, Pinochet con Borges, Fidel con García Márquez y la lista puede ser larga. El problema no es que lo sigan intentando, sino dejarse.

Féretro de Goethe a la izquierda, en Fürstengruft de Weimar. Foto por Javier Amaya.

Aunque Goethe cayó rendido al encanto napoleónico, la verdad es que no recibió beneficio económico por ello. La moraleja del episodio es que incluso nuestros héroes literarios a la hora de compararlos con otros o con nosotros mismos, aparte del talento extraordinario, se parecen a todos los demás, simples y llanos seres humanos, aunque alguno piense lo contrario. Sin importar el tamaño de la casa donde vivan.

Weimar, Alemania

Publicado también en el suplemento “Las Artes” de El Diario de Pereira (Colombia), el 9 de junio de 2024.

El escritor pereirano Lino Gil Jaramillo en el radar del FBI

Un reporte de inteligencia desclasificado este año, originalmente del 25 de julio de 1946 y firmado por el puño y letra del todo poderoso John Edgar Hoover del Federal Bureau of Investigation-FBI- fue dirigido a un alto jefe del Departamento de Estado, con copia al jefe de Inteligencia de la Armada y al subjefe del comando del Departamento de Guerra, describiendo con detalle en 4 páginas la vida cotidiana del periodista y escritor de Pereira Lino Gil Jaramillo (1908-1976).

Al igual que nuestra pintora emblemática Lucy Tejada, Lino se radicó en Cali por largos períodos, desarrollando su carrera lejos de la estrechez de horizontes, el poder clerical y el conservadurismo de Pereira. La segunda guerra mundial apenas terminaba en 1945 y con el ascenso de la guerra fría y la cacería de brujas, cualquiera podía ser sospechoso de ser antiamericano por lo que pensara, dijera o escribiera, o por sus amistades como ocurriera con el físico Albert Einstein o el actor Charles Chaplin, objetivos también de la vigilancia enfermiza de Hoover.

Lino Gil Jaramillo primero a la derecha fumando pipa en una tertulia literaria. Derechos reservados de la Universidad Icesi de Cali.

En el caso de Lino Gil Jaramillo, ingresa a la lista de interés por lo que piensa y escribe como intelectual reconocido de tendencia socialista, colaborador prolífico de varias publicaciones de distribución nacional como El Espectador, La Patria bajo Silvio Villegas, La Prensa de Barranquilla,  Diario Popular vocero del Partido Socialista Democrático, Relator de Cali entre otros. Estudioso y crítico profundo de la obra y poesía de poetas como Barba Jacob, De Greiff, Luis Vidales y de Neruda, publicó varios volúmenes sobre el particular. Se le atribuyen hasta 15 títulos impresos.

El documento de inteligencia cita dos fuentes de información sobre Lino distinguidas con las iniciales C y D. La primera parece un soplón del entorno personal del periodista, que finge ser su amigo mientras a su espalda toma notas para vender, mientras que la fuente D puede ser una entidad de gobierno que provee la descripción física del peligroso crítico literario: estatura: 5 pies, 7 pulgadas, peso: 180 libras americanas, complexión: gruesa, color de ojos: verde-gris, viste bien, es sociable, etc.

Por el reporte de inteligencia, nos enteramos de que Gil Jaramillo trabajó para la Contraloría Departamental del Valle hasta ser expulsado por sus ideas y que en 1946 se apresta a viajar con su esposa hasta Chile para trabajar para SIGLO, el diario de la izquierda austral y de paso preparar la publicación de dos de sus obras. En este viaje aprovecharía para cubrir un encuentro continental de partidos socialistas enfrascados en una contienda de ideas, entre bolcheviques de línea dura y socialistas apartados de esa línea. Para financiar su viaje, el FBI cuenta que Gil Jaramillo había ganado una lotería de 2000 pesos y además reclama su liquidación al haber sido empleado público.

Las sospechas de peligrosidad del FBI terminan negadas por el también escritor y figura del liberalismo Otto Morales Benítez, cuando definía con acierto su trayectoria profesional basado en el trato y conocimiento personal:

 “Como todo escritor colombiano que se respete, Lino Gil Jaramillo ha hecho su carrera ceñido al periodismo. Desde reportero hasta editor en diferentes medios, siempre con la necesidad de estar buceando en lo contemporáneo”. 

El acervo literario de Lino Gil Jaramillo es prácticamente desconocido ahora en el siglo XXI, en parte por la falta de nuevas ediciones de sus obras, que las autoridades culturales de Pereira y de la Gobernación de Risaralda bien podían hacer posible.

Sin conocer otros detalles fundamentales de la biografía de Lino Gil Jaramillo, en la que podía aportar su descendencia de Pereira o de cualquier lugar del país, no logra uno concebir por qué el FBI de 1946 bajo la tenaza de Hoover, dedicara tiempo, personal y recursos en hacerle seguimiento a un intelectual socialista pacífico que no amenazaba al gobierno de los Estados Unidos, sus aliados o su estilo de vida. Hubiera tenido más sentido haber estado pendiente de los movimientos y alianzas de terror de un extremista fanático pro-nazi dispuesto a todo, como el que animó a Roa Sierra a dispararle a un líder menos de 2 años después, desencadenando una espantosa hecatombe.

Publicado alternamente con el suplemento Las Artes de El Diario de Pereira el 24 de septiembre de 2023.

El museo de la literatura en Viena

Entre los numerosos sitios históricos, artísticos y culturales de Viena sobresale el Museo de Literatura ubicado en un sitio céntrico a pocas cuadras de la catedral de San Esteban, la más grande e importante de la ciudad. El museo hace parte de un programa de promoción de lectura de la Biblioteca Nacional de Austria, en el que da a conocer autores y obras destacadas del país, fundamentalmente de los siglos XIX y XX.

Al uno ingresar, sobresale la referencia del escritor y orgullo de Praga Franz Kafka catalogado controversialmente como austriaco, dado que el territorio checo de entonces estaba bajo el dominio del imperio austro-húngaro y por otro lado, parece justificarse también en que él escribió toda su obra en su primer idioma que era el alemán.

En la vitrina dedicada a Kafka, se exhibe una pequeña pistola que supuestamente le perteneció y que probablemente nunca disparó contra nada ni contra nadie. Otro país moderno aparte de Austria que reclama la pertenencia de Kafka es Israel por su origen judío, aunque su obra se puede considerar laica o secular. Una larga disputa legal en estrados internacionales puso en manos de Israel un archivo de papeles de Kafka, que estaba al cuidado de personas que ni siquiera eran de su familia. Una de las condiciones del arreglo, era clasificar y digitalizar tales documentos y hacerlos públicos.

En algún escrito Kafka llegó a preguntarse “¿Qué tengo yo en común con los judíos?”, lo que ironiza claramente el reclamo de pertenencia con Israel. La universalidad de su obra y humanismo, lo que lo iguala con tantas personas y con las angustias comunes del siglo, hacen que Kafka a estas alturas quede libre de clasificaciones y pertenezca a todos.

Tratándose de un museo en el sentido amplio, creí encontrar a los genios del romanticismo alemán Goethe y Schiller, pero claramente esta exhibición se limita a las fronteras austriacas pasadas o presentes.

El escritor destacado de la exhibición actual (algo así como el invitado especial) es el vienés y también judío Stefan Zweig, este sí nacido en el actual territorio austriaco, quien ante la inminencia de la cacería nazi con la anexión de Austria, escapa a Londres y debe buscar otro refugio, cuando se entera que la Gestapo tiene su ubicación exacta en Inglaterra yendo a morir con su compañera por mano propia a Brasil en 1942. Zweig es un prolífico escritor de crónicas, periodismo, biografías, drama y ficción muy leído en su tiempo.

El museo de Viena es un catálogo básico de los autores austriacos que al menos 130 millones de germano-parlantes en todo el mundo podrían conocer, pero en mi opinión, la difusión de este esfuerzo, sería más efectiva si añadieran más descripciones en un segundo idioma europeo para deleite de muchos.

Nota publicada originalmente en el suplemento “Las Artes” de El Diario en Pereira, Colombia. Septiembre 19 de 2021.

Los laberintos de Franz Kafka

Cualquiera que vaya esta semana por las bien surtidas librerías sobre la Plaza Wenceslao de Praga, notará de inmediato que entre los estantes de los más vendidos, se encuentra ese escritor que incita a resolver los enigmas, el misterio y lo inexplicable en la vida cotidiana como es el praguense Franz Kafka (1883-1924) y no solo en checo el idioma nacional, pero también en inglés, francés, alemán, italiano, español y ruso. Existe más de una editorial que se ocupa de publicarlo en diferentes formatos, que van desde sus títulos individuales, hasta un tomo con sus obras completas conocidas.

Escultura dedicada a Kafka del artista Jaroslav Róna en el centro de Praga.
Foto por Javier Amaya.

El escritor nacional que tal vez lo sigue en interés e importancia, es Milan Kundera, quien continúa escribiendo y publicando desde París. Pero si uno recorre el casco viejo de la ciudad, por el número de monumentos y huellas que dejó Kafka, es el que domina la escena lejos de habérselo propuesto. Hay unas esculturas dedicadas a él, como también una placa en la casa donde nació, al menos otras dos casas donde vivió, el sitio donde cursó el bachillerato, un museo muy bien documentado y por último su tumba en uno de los cementerios judíos en el centro de Praga.

Hasta un persona que descubrió las ruinas de una casa antigua debajo de su piso, se inventó una exhibición con muy poco que ver con el escritor, pero que le genera ingresos solo citando su nombre y donde irremediablemente caemos muchos ingenuos, gracias a estar ubicado al cruzar la calle de la casa donde nació el prolífico escritor.

En vida, Kafka publica unas cuantas obras, pero sus cartas personales a amigos, novias y familia resultan una fuente de inmenso valor para entender a Kafka y escudriñar en su proceso creativo. Si a alguien podemos responsabilizar de la corriente del existencialismo como corriente literaria y cultural del siglo XX es a Kafka, incluso antes que al propio Sartre. La muestra fehaciente de tal afirmación es “Carta al padre” que su autor jamás consideró una obra de valor literario, sino un documento absolutamente personal y privado que al parecer nunca llegó a manos del destinatario, porque la madre luego de leerla se niega entregarla como se le pidió. A juzgar por la dureza de sus términos, habría sido un golpe demoledor.

La carta escrita a mano y por el tamaño de la letra necesitó al parecer más de 100 cuartillas de papel y fue concebida cuando Kafka vivía solo en una pensión de Bohemia en 1919 ya adulto, apenas años antes de su muerte prematura a causa de la tuberculosis cuando no se conocía la cura y tratamiento.

La carta escrita en alemán su idioma natal, explica de forma pormenorizada el daño irreparable que puede causar durante la crianza un padre autoritario, machista y dominante sobre los hijos, que termina por negarles su autoestima, independencia y libertad individual que cualquier hijo requiere y debe desarrollar. Kafka cita escenas, diálogos y detalles de las múltiples veces que Hermann Kafka ejerce esa crianza malévola sobre él y también relata en detalle los resultados diversos y negativos en sus hermanas. Incluso recrimina que el padre arrogante que todo lo controla, tuviese una opinión negativa sobre un amigo de Franz, que se dedicaba al teatro. Se dice que también tuvo como compañeros de escuela a socialistas y anarquistas muy apreciados por él y que por medio de su amistad validaron muchas de sus opiniones contra el poder y los estados déspotas de su tiempo.

El lenguaje es directo y sencillo y con frecuencia admite sus propios errores en esa relación disfuncional padre-hijo, armado de una gran sinceridad y abriendo su corazón sin ningún tapujo y de paso, explicando sus propias interpretaciones de la religión judía y vegetarianismo que abrazó en los últimos años por su propia decisión.

Las inseguridades de Kafka van desde su timidez y aspecto demacrado a causa de la tuberculosis y rasgos físicos que obviamente no son anglosajones, hasta el cambio de carreras que siendo joven quiso estudiar en la universidad, pero que lo llevan al final a hacerse abogado para complacer al padre, o las veces que canceló unas promesas de matrimonio con mujeres que amó, pero que en opinión paterna no traían avance económico o estatus social a la familia. Seguro muchas mujeres y hombres de nuestro tiempo, lamentan verse retratados allí.

Franz Kafka encuentra en la literatura su punto de escape y declaración de libertad para su existencia oprimida, al punto de afirmar “Yo no soy más que literatura y puedo, pero no quiero ser ninguna otra cosa”. Era también una queja directa a no poderse dedicar a escribir de tiempo completo, en vez de tener que hacer horas de oficina para sostenerse. Es como puede ajustar cuentas con décadas de autoritarismo y desamor, donde puede navegar libre creando insectos repugnantes de seres humanos que se degradan y plasmarse en otras ficciones que logra publicar en vida.

Yo creo que el Samsa-insecto de su “Metamorfosis” es un imaginario del propio Kafka, que irremediablemente busca su autodestrucción, a desaparecer, para alivio de muchos. Cuando el individuo se deshumaniza, ya no nos mueve ni el pesar ni la compasión y solo queremos que se vaya para siempre. Es exactamente como se justifican las guerras, al mostrar al enemigo carente de humanidad y de sus aspectos comunes con todos nosotros, entonces se vale pulverizarlo sin remordimientos.

Con su hermana menor Ottilie, Kafka tuvo una relación especial porque ella encontró sus propios caminos para enfrentar al padre controlador y logra emanciparse creando una complicidad y alianza permanentes entre ellos. A Ottilie le confía más de 20 cuadernos de valiosos manuscritos y muchas cartas que se pierden, cuando la criminal Gestapo la arresta en 1943 para trasladarla al fuerte militar Terezin al norte de Praga y de allí a un campo de concentración nazi donde muere; como murieron también sus otras dos hermanas solo por ser judías.

A Max Brod amigo cercano y albacea de Kafka, le había pedido destruir cartas personales y todo el material no publicado, que por fortuna no cumplió y que permitió ampliar nuestro conocimiento de su obra que pone su sello distintivo desde Praga para el mundo en el siglo XX. Más de nueve décadas después de su muerte, se cree que todavía existe una parte importante de su obra sin publicar, por la negativa de los herederos de Brod de cederla al estado de Israel, que la reclama en tribunales como propia diciendo que este la cedió, cuando emigra allí terminada la segunda guerra mundial.

Praga, mayo de 2019.

La casa de Goethe en Frankfurt

La edificación de tres pisos y lo que parece un ático y medio visto desde la fachada, se distingue de todas las demás en ese barrio cerca del ayuntamiento de Frankfurt, más no por su apariencia, sino por ser el sitio donde naciera Johann Wolfgang Von Goethe en 1749 y también por la historia que rodea como tal a la casa.

En el lugar, Goethe vivió hasta la edad de los 25 años, donde escribiera la novela corta que lo puso en la palestra europea y mundial “Los sufrimientos del joven Werther” y apenas regresaría unas veces más, en cortas visitas a su familia. Vivió la mayor parte de su vida en el Ducado de Weimar, a menos de tres horas de distancia por la moderna carretera de hoy.

Goethe pertenecía a una familia burguesa acomodada y fue instruido con tutores que su padre contrató antes que fuera a la universidad y graduarse como abogado, más no por su propia decisión, porque en verdad lo que le interesaba eran las artes y la ciencia. El joven estudiante se dedica con especial esmero a los clásicos griegos y aprende rudimentos de los idiomas griego y hebreo.

A esa edad, ya demostraba sus tempranas habilidades como escritor, poeta, dramaturgo, traductor, dibujante, administrador público e inquieto hombre de ciencia que planteó conceptos sobre la evolución de las especies antes que Darwin y estudiaría la física de los colores, sugiriendo hipótesis inéditas. Los viajes fueron también actividades de aprendizaje fundamentales durante su vida.

Se le reconoce como autor de unas 15.000 cartas dejando por fuera, todas las que pudo haber destruido junto a borradores de material que no consideraba merecedor de ser publicado. Mantuvo un diario personal por más de 52 años en los que consigna contenidos de conversaciones. Goethe recibió la formación propia de una familia luterana, pero de adulto no se consideraba practicante de ninguna confesión religiosa e incluso llega a afirmar que tal vez era panteísta.

Se cuestionaba por ejemplo, por qué la misericordia divina permitía el dolor y sufrimiento de miles de inocentes, bajo el peso de crueles desastres naturales y humanos. Se asegura que en los últimos años de vida, ingresa a la Logia Masónica, aunque muchos de sus biógrafos no corroboran el dato.

Fue contemporáneo con dos grandes hechos históricos, como fueron la separación de las 13 colonias americanas del imperio británico para formar los Estados Unidos y luego la erupción social de la revolución francesa, que cautivó a muchos de sus contemporáneos, pero que Goethe cuestionó por la violencia interminable que involucró a todos sus actores.

Junto con Schiller quien fue su amigo, se les considera los líderes del Romanticismo Alemán del siglo XVIII. Tuvo amistad con el músico Beethoven y el sabio Humboldt, con el filósofo Schopenhauer, aparte de merecer el respeto de nobles y del emperador Napoleón Bonaparte, con quien conversó a su pedido, al paso de este por Prusia tres veces. El drama Fausto es considerada la obra cumbre de Goethe, entre su vasta bibliografía, en la que el autor trabajó durante varias décadas, aunque con largos períodos de descanso. El tema del Fausto, ocuparía a otros escritores germanos muchas generaciones después.

Lo casa de Frankfurt atesora una biblioteca de más de 2.000 volúmenes que se pueden observar perfectamente dentro de las vitrinas, en su mayoría con nombres en latín. También tiene muebles, escritorios, cuadros y adornos que pertenecieron a la familia donde se destacan dibujos de Roma y el Vaticano, el ombligo del mundo en la fecha, e incluso una casita de títeres que alegraba al niño Goethe y que tal vez le siembra la inquietud de la dramaturgia.

Las tablas del piso de toda la edificación son muy anchas, ajustadas con clavos de cabeza en forma de cruz. Al uno caminar rechinan sin importar el peso del visitante. En la cocina hay dos fogones, uno para leña y el otro para carbón dependiendo del platillo a preparar. La residencia tiene un buen número de ventanas, aprovechando el uso de luz natural.

Lo impactante de la historia de la casa, es que aunque su contenido es genuino, la casa tuvo que ser reconstruida totalmente cuando un bombardeo de los ingleses en marzo de 1944 solo deja el cascarón y los administradores previendo el desastre, ya habían ocultado sus muebles.

El 85% de la ciudad de Frankfurt queda reducida a escombros y en tan solo 5 días, mueren unas 1.500 personas bajo la pólvora, el fuego o aplastados entre paredes. Si la Luftwaffe fue despiadada con los barrios pobres de Londres, los pilotos ingleses se ensañaron con los civiles alemanes. Además de destruir instalaciones militares nazis, fueron indiscriminados con todo lo que sus bombas y metralla encontraran a su paso. No es cierto que en las guerras haya matones buenos, eso es un burdo sofisma de Hollywood que siempre ensalza al vencedor.

Entre 1947 a 1951, la casa fue reconstruida cuarto por cuarto, manteniendo las dimensiones y distribución basados en planos, fotos y pinturas y gracias a ese esfuerzo, la podemos recorrer hoy. A un lado de la casa en Frankfurt, la fundación privada que la administra, abrió un museo que muestra colecciones de arte del tiempo de Goethe, haciendo de la visita una verdadera clase académica especializada.

A lo largo de su vida, Goethe tuvo tres parejas conocidas y fue padre de cinco niños, cuatro de los cuales fallecen a una tierna edad. El gran intelectual alemán muere el 22 de marzo de 1832 en Weimar a los 82 años. Sus restos descansan junto al ataúd donde debieron estar los de Schiller, en el panteón ducal de la misma ciudad.

Publicado originalmente en el suplemento Las Artes de El Diario en Pereira, Colombia en junio de 2018.

El vuelo de la pájara pinta

Si me preguntaran quién ha sido la más grande narradora pereirana entre dos siglos, diría sin lugar a dudas que es Albalucía Angel (1939), quien por más de cuatro décadas ha estado viviendo muy lejos de su país, y quien al tiempo ha venido acumulando una narrativa de grandes quilates, que va por todo el mundo contando su ver y sentir a través de la ficción.

Su novela “Estaba la pájara pinta, sentada en un verde limón”, está firmada en España entre los años 1971 y 1975. Tiene muchos personajes entre los que se destacan Ana, una adolescente o preadolescente, de una familia de clase media alta de Pereira y en su círculo afectivo Verónica y también Sabina, una trabajadora doméstica que actúa como la extensión de la autoridad y forma de pensar de la madre de Ana, contemporáneas con el estallido social por el asesinato de Gaitán en 1948.

Ana es una jovencita que todo lo indaga, que espera siempre respuestas inteligentes a sus preguntas y que rompe moldes de conducta y de pensamiento, para quien hacer las cosas por tradición no es motivo suficiente que justifique nada. Su familia tiene unos códigos morales propios de la época, que de una u otra forma son guiados por la religión y que define estrictamente lo permisible y condena lo inmoral y pecaminoso. Sitios y locaciones en Pereira, son citadas con nombre propio.

Ella no es simplemente una niñita rebelde pasando por una etapa de crecimiento, es mucho más que eso, ella se cuestiona los valores de una sociedad machista y patriarcal como la Pereira de su época, donde la mujer por el hecho de serlo vale menos y debe estar sujeta al control, manipulación y capricho del hombre. En este aspecto, Ana parece el alter-ego de Albalucía, quien alguna vez dijo en una entrevista, que atosigada por estos valores, de haberse quedado en Pereira, “tal vez se hubiera lanzado a las aguas del Otún.”

El 9 de abril

En los comienzos de la novela narra lo ocurrido en Bogotá el 9 de abril y la retoma brutal del establecimiento, que masacra un pueblo dolido e iracundo, que no entiende por qué le cortan de un tajo sus ilusiones de cambio, matando a su caudillo. Cuenta las escenas de muchos curas disparando al populacho desde los campanarios de las iglesias, la policía de Bogotá insubordinada entregando fusiles a los exaltados y el ejército ametrallando al que se acercara al palacio presidencial. La Radio Nacional llamando a derrocar el gobierno de Ospina para pedir cuentas a Laureano y dando como un hecho, la conformación de juntas revolucionarias que desconocieran los alcaldes y al poder central. La ciudad arde en llamas.

El libro no narra de forma lineal y utiliza diálogos y monólogos de otros personajes que cubren más de dos décadas después de 1948 donde se cuenta la formación de guerrillas liberales que logra desmovilizar la dictadura de Rojas y luego de no cumplir lo pactado, la aparición de las guerrillas de Marquetalia. En este lapso llama la atención el asesinato de estudiantes universitarios en Bogotá el 8 y 9 de junio de 1954 a manos de la tropa del Batallón Colombia y la matanza de asistentes a la Plaza de Toros, cuando espontáneamente rechiflan a la hija del general.

Rojas Pinilla

Albalucía narra también la pomposa visita del Teniente General Rojas Pinilla en la cúspide del poder a Pereira, donde luego de ceremonias y protocolos es abordado por Policarpa, esa señora de triste figura que los pereiranos de mi generación conocimos vestida de militar y marchando con los demás uniformados en todas las fiestas patrias mientras vivió. En los lectores, la novelista siembra la duda si eso pasó o es un recurso magistral de ficción.

Resulta imposible no hacer paralelismos entre las muertes violentas de Gaitán y de Galán (éste último magnicidio posterior a la novela) y como personajes tan lejanos a los mártires, sacan ventaja de forma oportunista asegurándose después la silla presidencial. En el caso de Gaitán, fue Carlos Lleras Restrepo quien súbitamente se jura gaitanista en el velorio, cuando todos saben que nunca lo fue.

En los capítulos finales de la novela, Albalucía describe las desventuras de los torturados, los desaparecidos, los presos secuestrados por los diferentes gobiernos para hacerlos “cantar” y señalar a los cómplices de la subversión. La lectura causa vértigo porque la novelista es pródiga en los detalles y el lector entra con ella a los calabozos, a los centros de tortura. La crueldad se hace dueña y el humanismo queda en el olvido.

Premio

Este libro recibe el primer lugar en la Bienal de Novela en 1975, donde fueron jurados escritores de renombre como Alvaro Mutis y Umberto Valverde. Albalucía nos deja ver su destreza en jugar con el lenguaje. Fue luego impreso en Colombia en una muy modesta edición auspiciada por Mincultura, que a la fecha bien justifica una edición de lujo.

Aunque Albalucía no hizo parte de la élite del “boom”, conoció a casi todos sus integrantes y frecuentó la casa de García Márquez en sus años en Barcelona. La escritora y su obra no reciben todavía el reconocimiento, análisis académico y halago que Pereira le debe y que nos coloca, gracias a ella, en el mapa de la literatura mundial en español.

* Texto y foto publicados en el suplemento “Las Artes” de El Diario del Otún de Pereira en mayo de 2018.

La casa de Hemingway en Cuba

Luego de más de 55 años desde su muerte, ningún escritor extranjero ha sido más querido y estudiado en Cuba, como el estadounidense Ernest M. Hemingway (1899-1961). Una parte considerable de sus notas, borradores, cartas y papeles personales que reposan en Cuba, ya han sido digitalizados y abiertos al público para su estudio, gracias a la colaboración entre instituciones cubanas y de los Estados Unidos, como la biblioteca Kennedy de Boston.

En los años venideros, los estudiosos y lectores podremos ver nuevos documentos y notas desconocidas, una vez se terminen de construir los talleres de conservación, preservación y duplicado, en los mismos terrenos de “Finca Vigía” en Cuba, la casa que ocupó Hemingway durante 22 años y donde se calcula guardó y legó a la isla, una biblioteca compuesta por unos nueve mil volúmenes y sus papeles personales desde 1939 casi hasta su muerte.

finca-vigiaFinca Vigía toma el nombre desde los tiempos de dominación española, en donde las tropas imperiales, establecen un punto de vigilancia aprovechando la altura de la colina, donde hoy reposa la casa principal, desde donde se pueden observar todos los puntos altos de La Habana, a menos de 30 minutos por carretera y mucho de sus alrededores del municipio de San Francisco de Paula.

El escritor cubano Norberto Fuentes, a quien se le permitió estudiar la casa, cuenta que Hemingway visita a Cuba por primera vez en 1928, haciendo un trasbordo cuando viajaba en barco desde Europa, camino a la Florida. Regresa a la isla para pescar por placer y por deporte. Alquila una habitación de un hotel de La Habana donde también escribe, contrata en arrendamiento la casa de Finca Vigía por un año, para comprarla luego en la cantidad de $18 500 dólares por consejo de Martha Gellhorn, su esposa en ese momento.

Cuando se llega a Finca Vigía no se divisa la casa en las alturas, por el espeso follaje de palmas, árboles y vegetación que rodean la colina. Cruzando la entrada y luego de pagar el costo de la boleta, en la cumbre se descubre una casa de ladrillo donde lo primero que resalta de la fachada, es el cuidado con que ha sido tratada, una ceiba a la derecha y en la izquierda de la puerta principal, una campana que anunciaba la llegada de visitantes al hogar de los Hemingway. A pesar de llamarse casa-museo, no se parece a los museos tradicionales pues no hay grandes avisos, placas o señalizaciones que la distingan.

Las puertas y ventanas de la casa, están abiertas de par en par, los muebles, utensilios, adornos, y hasta las botellas de licor están dispuestas, como si sus dueños de repente fueran a regresar a ocupar su domicilio. Unas cintas indican a los turistas, las áreas por donde se puede caminar sin ingresar nunca a la edificación. En las áreas aledañas, sobresale la piscina, indispensable para aliviar el calor del clima caribeño, el yate Pilar como listo para zarpar, el cementerio de cuatro perros donde se leen nombres como Blacky, Negrita, Linda y Nerón. Más de 50 gatos también señoreaban la casa y los alrededores, que fueron sepultados discretamente y sin dejar marcas, tal vez por consejo de alguna devota de la religión Yoruba, que trabajara para la familia.

Llama la atención que Hemingway tenía estantes grandes y pequeños con toda clase de libros sin clasificar, casi en cada cuarto y rincón de la casa incluyendo el baño. De no hacer cambios, todo este tesoro literario de muchos libros con anotaciones del escritor, tiene el riesgo de desaparecer porque la humedad propia del clima caribeño, la luz y el sol, son los peores enemigos de la letra impresa y el papel.

En las paredes de la sala-comedor y alcobas, sobresalen cabezas disecadas de animales africanos, cazados por la pareja de Mary y Ernest. Afición libremente aceptada en su época, pero que recibiría la condena generalizada si fuera intentada en estos tiempos, por los defensores de la protección de las especies.

Hemingway ordenó construir una torre aledaña a la casa de cuatro pisos, en la que instala un amplio estudio, donde se destaca un telescopio, la mesa de escribir, una pintura y una estatuilla de José Martí, que compró como apoyo a militantes del Movimiento 26 de Julio antes del triunfo revolucionario. Escribía a mano todos sus originales con una caligrafía precisa y clara, que luego transcribiría a máquina él mismo o por encargo y que editaría a mano antes de enviar a la imprenta.

Viviendo en Finca Vigía, Hemingway escribe o finaliza obras fundamentales de su bibliografía, como “Por quién doblan las campanas”, “París era una fiesta” y la que lo coloca en el reconocimiento mundial en muchos idiomas “El viejo y el mar”. Recibe el premio Pulitzer en 1953 y el Nobel de Literatura en 1954, al que no asiste por convalecer de un grave accidente de aviación estando de cacería en África. La medalla del Nobel, la dona al santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de la isla aunque Hemingway no profesaba ninguna religión.

Su afición por cocteles como el Daiquirí o el Mojito, le dieron fama mundial a dos bares de La Habana que frecuentaba, como son El Floridita y la Bodeguita del Medio y que siguen abiertos hasta la fecha. Luego del suicidio de Hemingway en Idaho, la viuda regresa a la isla para constatar la voluntad por escrito de su marido de legar la casa y sus papeles a Cuba, con la idea que fuera punto de encuentro de escritores y que luego devino en casa-museo.

Al comienzo, la idea de vivir en Cuba y específicamente en Finca Vigía, no había sido aceptada del todo por el escritor, pero luego narraría en 1949 las bondades naturales de un río cercano diciendo: “…la principal razón de vivir en Cuba es el gran río azul…desde la finca y a través de un hermoso paisaje, se tarda treinta minutos en llegar a él, donde hay la mejor y más abundante pesca que uno ha visto en su vida.” Luego de vivir más de dos décadas en Finca Vigía, de invitar a sus amigos más cercanos a visitarlo y de cosechar reconocimientos en sus años más productivos como literato, sin considerar mudarse a vivir a otra parte, se puede especular que Hemingway llegó a querer tanto a Cuba, como la isla lo llegó a querer a él.

La Habana, octubre de 2016.

Publicado simultáneamente en el suplemento Las Artes de El Diario del Otún de Pereira y el blog Otredad-Pensamiento Latinoamericano de París.

La última residencia de Nikolai Gogol.

Un diccionario enciclopédico español muy vendido, viene repitiendo un mismo error por años, al decir que Nikolai Gogol es ruso. No lo es. Gogol escribió casi toda su obra en ruso. Vivió por años en Rusia y finalmente murió en Moscú, pero Gogol es ucraniano, que no es lo mismo.

Arbat es un vecindario de Moscú bien conectado por transporte masivo, muy transitado y repleto de árboles y amplias avenidas. Durante el período soviético, albergaba la tienda principal de Editorial Progreso, la empresa estatal que imprimía cientos de libros en muchos idiomas, a bajo costo, muy bien presentados y duraderos. Yo frecuentaba esa tienda hace casi cuatro décadas todos los fines de semana y siempre, encontraba novedades literarias que trataba de comprar de inmediato.

Lo que nadie me contó, es que en ese vecindario de Arbat, en la avenida Nikitsky el escritor Nikolai Gogol (1809-1852) tuvo su última residencia y que funciona como museo abierto al público, casi desde su muerte. La razón para la falta de promoción, tal vez tenía que ver con las directrices culturales del régimen de partido único, que todavía clasificaba a los escritores entre “burgueses y proletarios”. Lo que en el caso de Gogol, como en muchos otros, es un absurdo.

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La práctica discriminatoria no es exclusiva de los soviéticos. En Colombia por ejemplo, se consiente desde los gobiernos de turno y con fondos públicos, a algunos escritores dóciles, ignorando a todos los demás y donde el mérito cuenta muy poco.

La casa de Gogol no es fácil de encontrar, no solamente por las dificultades de interpretar la nomenclatura y algunas calles de trazo irregular, pero por estar rodeada de árboles muy frondosos que la ocultan al menos por tres costados.

Por afuera se ve inmensa, conserva fielmente el estilo del siglo XIX y cuenta con hileras de ventanas en los dos pisos que dan a la calle. La fachada de la primera planta, tiene arcos de medio punto alineados con las ventanas y un largo corredor.

La primera pregunta que me cruza por la cabeza, es para qué una casa tan grande, un hombre que vivía solo, sin esposa ni hijos. Aunque compartiera espacio con sus empleados domésticos que no debieron haber sido muchos, o tuviese huéspedes ocasionales, la casa sigue siendo enorme.

Parte de la respuesta, está en que la casa por dentro aunque cómoda, no tiene espacios muy amplios. Tiene muchas habitaciones pequeñas y el espacio se desperdicia en paredes, zaguanes y divisiones que hoy día no serían convenientes. En beneficio de la historia, los directores del museo han decidido mantener la estructura de la casa lo más fielmente posible.

La alcoba de Gogol donde murió, es relativamente pequeña y tiene los muebles originales. En las paredes, cuelgan fotografías de clérigos ortodoxos seguramente allegados al escritor. Era una persona muy religiosa y mística como lo era Tolstoi.

Su mesa de escribir es estrecha, donde reposan sus plumas, cortaplumas y tinteros; tiene unos cuantos cajones y está coronado por una imagen de Alexander Pushkin, de quien se cuenta, que Gogol admiraba hasta la fascinación, especialmente después del pistoletazo que matara al insigne poeta. El mueble no tiene silla. Gogol escribía estando siempre de pie.

El museo exhibe una máscara mortuoria de Gogol de cara al techo y con unos efectos de luces y espejos por unos minutos, se tiene la sensación de estar presente en la velación del cadáver de Gogol. En uno de los corredores de la casa, hay copias de la prensa local de la fecha, con fotos de su concurrido funeral. En el mismo sitio, que solamente disfrutó los últimos cuatro años, Gogol destruyó la segunda parte de su obra “Almas muertas” luego de declararla terminada, producto de una desilusión con lo escrito, o por haber sido persuadido por un fanático con sotana, o de su enfermedad mental que ya lo aquejaba. Entre sus papeles, se hallaron cinco capítulos de borradores anteriores.

Aunque no es considerado liberal en el sentido estricto, hace una sátira magistral de los funcionarios zaristas revelando su bajeza y las artimañas de que se valen. En todos los casos, los burócratas son los puntales de cualquier régimen falsamente democrático o abiertamente opresivo.

Entre sus obras cortas, destaco el relato “Diario de un loco” donde un personaje perturbado que no sabe en qué año vive, con ínfulas de grandeza se proclama rey de España con el nombre de Fernando VIII y donde Gogol de soslayo, aprovecha para burlarse del concepto de nobleza, que nos llega hasta hoy. Se deduce por los baldados de agua fría y golpes frecuentes de garrote que recibe el pobre loco en su relato, que el personaje seguramente está confinado en un reclusorio mental.

La existencia de la realeza en nuestro tiempo, ya es de por sí un total disparate. ¿Quién en el siglo XXI, puede justificar que un rango autoproclamado superior de la raza humana, esté predestinado a vivir parasitando, de la riqueza creada por el trabajo de otros? La sola existencia de reyes en cualquier rincón del planeta, es un insulto a la inteligencia y la razón.

Para los expertos, el ucraniano Gogol tiene el mérito con su prosa directa y crítica, de inaugurar la novelística rusa moderna, luego de probar sin suerte en las lides de la poesía. Los estudiosos aseguran que la prosa de Gogol, ejerció una gran influencia en sus contemporáneos Tolstoi y Dostoievski. Nikolai Gogol moriría en la casa de Arbat en Moscú, luego de quemar su obra, negarse a comer y renunciar a la vida, cuando apenas tenía 42 años.

Publicado en el blog Vericuetos (Revue littéraire bilingue Espagnol-français). París, 28 de julio de 2014.

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