Si me preguntaran quién ha sido la más grande narradora pereirana entre dos siglos, diría sin lugar a dudas que es Albalucía Angel (1939), quien por más de cuatro décadas ha estado viviendo muy lejos de su país, y quien al tiempo ha venido acumulando una narrativa de grandes quilates, que va por todo el mundo contando su ver y sentir a través de la ficción.
Su novela “Estaba la pájara pinta, sentada en un verde limón”, está firmada en España entre los años 1971 y 1975. Tiene muchos personajes entre los que se destacan Ana, una adolescente o preadolescente, de una familia de clase media alta de Pereira y en su círculo afectivo Verónica y también Sabina, una trabajadora doméstica que actúa como la extensión de la autoridad y forma de pensar de la madre de Ana, contemporáneas con el estallido social por el asesinato de Gaitán en 1948.
Ana es una jovencita que todo lo indaga, que espera siempre respuestas inteligentes a sus preguntas y que rompe moldes de conducta y de pensamiento, para quien hacer las cosas por tradición no es motivo suficiente que justifique nada. Su familia tiene unos códigos morales propios de la época, que de una u otra forma son guiados por la religión y que define estrictamente lo permisible y condena lo inmoral y pecaminoso. Sitios y locaciones en Pereira, son citadas con nombre propio.
Ella no es simplemente una niñita rebelde pasando por una etapa de crecimiento, es mucho más que eso, ella se cuestiona los valores de una sociedad machista y patriarcal como la Pereira de su época, donde la mujer por el hecho de serlo vale menos y debe estar sujeta al control, manipulación y capricho del hombre. En este aspecto, Ana parece el alter-ego de Albalucía, quien alguna vez dijo en una entrevista, que atosigada por estos valores, de haberse quedado en Pereira, “tal vez se hubiera lanzado a las aguas del Otún.”
El 9 de abril
En los comienzos de la novela narra lo ocurrido en Bogotá el 9 de abril y la retoma brutal del establecimiento, que masacra un pueblo dolido e iracundo, que no entiende por qué le cortan de un tajo sus ilusiones de cambio, matando a su caudillo. Cuenta las escenas de muchos curas disparando al populacho desde los campanarios de las iglesias, la policía de Bogotá insubordinada entregando fusiles a los exaltados y el ejército ametrallando al que se acercara al palacio presidencial. La Radio Nacional llamando a derrocar el gobierno de Ospina para pedir cuentas a Laureano y dando como un hecho, la conformación de juntas revolucionarias que desconocieran los alcaldes y al poder central. La ciudad arde en llamas.
El libro no narra de forma lineal y utiliza diálogos y monólogos de otros personajes que cubren más de dos décadas después de 1948 donde se cuenta la formación de guerrillas liberales que logra desmovilizar la dictadura de Rojas y luego de no cumplir lo pactado, la aparición de las guerrillas de Marquetalia. En este lapso llama la atención el asesinato de estudiantes universitarios en Bogotá el 8 y 9 de junio de 1954 a manos de la tropa del Batallón Colombia y la matanza de asistentes a la Plaza de Toros, cuando espontáneamente rechiflan a la hija del general.
Rojas Pinilla
Albalucía narra también la pomposa visita del Teniente General Rojas Pinilla en la cúspide del poder a Pereira, donde luego de ceremonias y protocolos es abordado por Policarpa, esa señora de triste figura que los pereiranos de mi generación conocimos vestida de militar y marchando con los demás uniformados en todas las fiestas patrias mientras vivió. En los lectores, la novelista siembra la duda si eso pasó o es un recurso magistral de ficción.
Resulta imposible no hacer paralelismos entre las muertes violentas de Gaitán y de Galán (éste último magnicidio posterior a la novela) y como personajes tan lejanos a los mártires, sacan ventaja de forma oportunista asegurándose después la silla presidencial. En el caso de Gaitán, fue Carlos Lleras Restrepo quien súbitamente se jura gaitanista en el velorio, cuando todos saben que nunca lo fue.
En los capítulos finales de la novela, Albalucía describe las desventuras de los torturados, los desaparecidos, los presos secuestrados por los diferentes gobiernos para hacerlos “cantar” y señalar a los cómplices de la subversión. La lectura causa vértigo porque la novelista es pródiga en los detalles y el lector entra con ella a los calabozos, a los centros de tortura. La crueldad se hace dueña y el humanismo queda en el olvido.
Premio
Este libro recibe el primer lugar en la Bienal de Novela en 1975, donde fueron jurados escritores de renombre como Alvaro Mutis y Umberto Valverde. Albalucía nos deja ver su destreza en jugar con el lenguaje. Fue luego impreso en Colombia en una muy modesta edición auspiciada por Mincultura, que a la fecha bien justifica una edición de lujo.
Aunque Albalucía no hizo parte de la élite del “boom”, conoció a casi todos sus integrantes y frecuentó la casa de García Márquez en sus años en Barcelona. La escritora y su obra no reciben todavía el reconocimiento, análisis académico y halago que Pereira le debe y que nos coloca, gracias a ella, en el mapa de la literatura mundial en español.
* Texto y foto publicados en el suplemento “Las Artes” de El Diario del Otún de Pereira en mayo de 2018.