Eso fue exactamente lo que vi hace un poco más de nueve años, cuando se realizó el Primer Festival Hay de Literatura en Cartagena. En uno de los varios eventos, mi esposa y yo nos acomodamos en unas sillas de centro en el teatro de estilo colonial Pedro de Heredia, adornado con unas pinturas que representan las musas de las artes.
Algún taxista ya nos había mostrado la fachada de la casa particular de Gabo, muy cerca de la muralla de la ciudad y por supuesto del mar Caribe. Yo creo que media ciudad ya sabía, que el laureado escritor estaba allí con su esposa y una pequeña comitiva. García Márquez no figuraba en la programación oficial y al parecer no dijo nada públicamente en ningún evento. Pero mi expectativa al menos de verlo seguía ahí, considerando que en el curso de varios años ya había podido conocer y conversar con muchos de sus allegados y amigos literarios de México.
Sin anuncio oficial y muy discretamente se iban llenando los palcos del teatro y a menos de seis metros, dejaban un palco vacío a propósito. No había que ser adivino para sospechar, que alguien de mucho renombre vendría a ocuparlo esa noche. Las luces se apagaron y solo quedaron las del estrado y los presentadores de la noche. En un palco muy cercano, se acomodó Daniel Samper Pizano y muy cerca, estaban también Antonio Caballero y Oscar Collazos a quien saludé. También a Eduardo Márceles Daconte, a quien yo creía viviendo todavía en Nueva York, pero que ya estaba radicado de nuevo en el caribe colombiano. Más que festival, esto era una verdadera feria de escritores, que yo había leído y admirado y mi largo viaje hasta Cartagena ya estaba justificado.
De pronto, por una puerta lateral y en completo silencio, un pequeño grupo de personas, buscaba el palco misterioso entre los que se distinguía un hombre no muy alto con unos lentes inmensos que parecían cubrirle toda la cara. Mi esposa y yo nos miramos en la penumbra, tenía que ser Gabriel García Márquez en persona. Otras tantas sombras parecían moverse en esa dirección, seguramente para estrechar su mano. El programa siguió adelante, sin siquiera mencionar, que la silueta de las sombras pertenecía al Nobel de literatura.
Nadie lo delató, ni tampoco se tomaron fotos de flash en esa dirección. Seguramente calculando que el programa de la noche se acercaba a su fin, se desocupó el palco con la misma discreción.
El escritor costeño Gustavo Tatis, había dicho más temprano, que uno de sus sueños era darle un abrazo a Gabo. Nunca supe si se le cumplió. Solo un golpe de suerte o de azar se lo hubiera permitido.
La misma semana un diario bogotano, publicó una foto de Gabo, de las pocas apariciones públicas en Cartagena. Ya para la fecha García Márquez no daba entrevistas, algo irónico para alguien que vivió de hacerlas. Ya había publicado su última novela conocida y también había dicho en alguna parte, que no esperáramos la continuación de sus memorias. Muchos lectores se sintieron decepcionados con la primera entrega o con el anuncio. A mí me gustaron y al fin y al cabo, nadie debe escribir por obligación.
Concluyo que la sombra que percibí de Gabo en Cartagena, no era otra cosa que la vida de retiro que el genial escritor trataba de llevar en silencio en la última década. No me hizo falta verlo a la luz del día. Su obra para la fecha ya estaba terminada. Pero no dudo, que mientras existan libros y lectores, el ilustre hijo de Aracataca vivirá por siempre en el recuerdo de millones.
Publicado en el periódico El Diario del Otún. Domingo 27 de abril de 2014.