De la producción poética publicada de la chilena Eugenia Toledo, el libro “Vidas robadas” escrito junto con Carlos Gray, poeta de Pucón, también de la zona de la Araucanía, es el que más he disfrutado por tocar fibras muy íntimas que explican o niegan la existencia misma de la humanidad. En este caso específico, aborda las numerosas desigualdades de género y la peor de todas: la violencia contra la mujer.
El libro presenta dos bloques de poemas separados por los numerales romanos I y II sin detallar las autorías y no sé si se trata de un olvido de los editores, o es un guiño intencional de los dos autores al lector, para descubrir por uno mismo a quién pertenecen.
En el caso de “Vidas robadas” me atrevo a apostar que el primer bloque pertenece a mi amiga y colega Eugenia. Me parece que ella identifica la gravedad del tema, lo aborda sin mucho adorno y lo presenta con crudeza para que nadie dude de su postura y su rechazo. Ese es su estilo. Tengo otra poderosa razón que me afirma en mi sospecha y son sus dos referentes poéticos Gabriela Mistral y Fray Luís de León a quienes conoce muy bien y parecen iluminarla en los caminos pedregosos de la poesía. En el caso de los poemas de Carlos Gray entonces se observa un dramatismo teatral o coral trágico, muy realista y fuerte.
Eugenia en libros anteriores, ha puesto sobre la mesa temas como la emigración, el exilio, las complejas relaciones familiares y hasta la nostalgia, presentando interrogantes, identificando los dilemas por su nombre y llamando a no cruzarse de brazos y a asumir una postura.
Sus poemarios nos indican casi de inmediato lo que preocupa a la poeta, el fenómeno que capta su atención en un momento dado, lo que le causa rechazo y hasta la angustia. Los eventos violentos narrados, que inicialmente fueron un titular de prensa, un reportaje de los medios o una nota redactada especialmente en el sur del continente Eugenia las asume y decide junto a Gray mostrarnos la dimensión de la tragedia, re-escrita en ambos casos en la estructura poética de sus versos.
Estos dos poetas sacuden las conciencias del lector como diciéndonos, no es una noticia más, no es una simple cifra, es nuestra autodestrucción colectiva. Cuando muere una mujer como resultado de un acto de violencia muere la sociedad, amenaza la continuidad de la especie. Pero Eugenia y también Carlos Gray no se conforman con el desprecio al victimario, porque de paso arreglan cuentas con esas otras formas de justificar la matazón como son la política, las costumbres, la educación, el machismo, el patriarcado y la misma teología que desde tiempos inmemoriales decidió que dios era un hombre, como para justificar la barbarie contra la mujer.
Ella se pregunta “¿Es poder del Padre aplastar o reprimir?”, “Opriman a las mujeres” afirma categórica y sin tapujos. Uno no deja de preguntarse cómo se sostendrán esos pilares del poder y la política moderna, cuando descubramos que la divinidad no es un hombre o que no tiene género o que de pronto reúne en uno a ambos.
Así es como estos dos poetas nos ponen también a pensar: cómo se puede entender que los valores de la sociedad occidental henchida de arrogancia, por vivir en los tiempos de la tecnología veloz, la llamada “cuarta revolución industrial”, se ha movido tan poco para respetar el lugar, la autonomía y la dignidad que la mujer siempre debió tener.
Será que nos auto engañamos tanto como vivió Chile apacible en los tiempos del milagro económico, que nunca pudo resolver las profundas desigualdades, hasta estallar furioso como uno de sus muchos volcanes.
Del que puede ser un largo camino para alcanzar la igualdad de géneros como condición indispensable para llegar a la igualdad social, Eugenia Toledo y Carlos Gray con sus “poesías dramáticas”, como para presentarlas en forma teatral, dan el primer paso y nos invitan que como abriendo una caja de Pandora, dejemos volar las palabras: no más silencio. O como dice en una sola página, el final del poemario: Lo exijo.
Seattle, noviembre de 2019.