Hace varios años de visita en Estocolmo, tuve la oportunidad de asistir a una clase de español en una secundaria donde enseña un buen amigo mío. Como parte de mis estudios, yo aprendía sobre el valor y la interpretación de las encuestas y a manera de práctica, me permitieron preguntar por escrito a los estudiantes entre los 14 y los 17 años aproximadamente, a quiénes consideraban ellos sus héroes.
No tenía idea de lo que responderían y Suecia como el resto del mundo industrializado, ya se veía inundado con la tecnología del internet y las campañas publicitarias a las que nos tienen acostumbrados. Para mi sorpresa, 21 de un total de 24 estudiantes de esa pequeña muestra respondieron que su héroe era un miembro de la familia y de estos, todos dijeron que sus héroes eran sus respectivas madres.
Con tantas figuras difundidas por Hollywood, por la política y la prensa comercial, para mí tal respuesta era una victoria de la familia sobre la farándula. La gran prensa comercial todos los días, fabrica personajes para el consumo, donde mujeres y hombres son elevados a la categoría de “héroes” por sus riquezas y supuestas hazañas.
En mi entorno inmediato, debo mencionar a una heroína de nombre María Dolores Cifuentes, una maestra de escuela nacida en Colombia en 1896. De estatura baja, tal vez de un metro cincuenta, de facciones menudas, voz grave, descendiente de una familia de colonizadores mestizos y españoles pobres, labradores, arrieros, tenderos, fabricantes de ladrillos y como buena familia tradicional católica que se respete, también emparentada con curas y monjas.
María Dolores se casó con un zapatero en 1919 y tuvo varios hijos de los que sobreviven dos quedando viuda muy joven, sin apoyo ni recursos. Ya adulta, María Dolores les aseguraba a sus vecinos ser experta costurera, peluquera, cocinera, maestra y muchas otras cosas, entra las cuales, ser maestra era la única cierta, con tal de reunir unos pesos adicionales para sostener a sus hijos. En 1940 logra comprar su primera casa de madera y barro prensado con mucho esfuerzo y ahorros, en la cantidad de $350 pesos, de los cuales debió financiar los últimos $50.
Antes de formar una familia ya se había entrenado como maestra y se dedica a enseñar las primeras letras, la caligrafía, las obras manuales y los rudimentos de la aritmética a cientos de niñas y niños por un total de cinco décadas sin interrupción, para retirarse definitivamente en 1985. Gracias a una memoria prodigiosa, podía recitar largas oraciones sin acudir al texto y por muchos años, era la invitada de rigor a cuanto funeral se presentó en la vecindad. Era una narradora oral prodigiosa.
María Dolores vio pasar frente a sus ojos todos los inventos de la tecnología, la ciencia y los descubrimientos del siglo XX. Pero antes que fascinarse con esas novedades, más bien insistía en defender algunos valores básicos como la importancia de la educación, la buena lectura, el trabajo duro y honrado y la dedicación por la familia.
Siempre que pudo, ayudó con consejos y económicamente a sus hermanos, sobrinos, hijos, nietos y biznietos. El poder ayudar la hizo feliz. Careció de lujos y creo que entre las posesiones materiales que más apreció, fueron unas imágenes religiosas que terminó por regalar antes de salir de Colombia.
En 1987 a la edad de 91 años emigra a los Estados Unidos, para reunirse con su familia inmediata y fallece en 1994 a la edad de los 98, luego de una corta enfermedad y dueña de una lucidez completa.
Como todo ser humano sobre la tierra, debió tener carencias y defectos, pero su capacidad de sentir compasión por otros la hizo brillar con luz propia. Estoy seguro que yo no fui su mejor pupilo, ni el más devoto de los creyentes, entre tantos de los que fuimos sus alumnos; pero si me preguntaran ahora por mi heroína moderna, sin ninguna duda y siguiendo el ejemplo de los escolares suecos, debo decir que fue mi abuela María Dolores.
Artículo publicado originalmente en la revista «Ventana Latina» de Londres, Inglaterra. Enero de 2013.