Luego de más de 55 años desde su muerte, ningún escritor extranjero ha sido más querido y estudiado en Cuba, como el estadounidense Ernest M. Hemingway (1899-1961). Una parte considerable de sus notas, borradores, cartas y papeles personales que reposan en Cuba, ya han sido digitalizados y abiertos al público para su estudio, gracias a la colaboración entre instituciones cubanas y de los Estados Unidos, como la biblioteca Kennedy de Boston.
En los años venideros, los estudiosos y lectores podremos ver nuevos documentos y notas desconocidas, una vez se terminen de construir los talleres de conservación, preservación y duplicado, en los mismos terrenos de “Finca Vigía” en Cuba, la casa que ocupó Hemingway durante 22 años y donde se calcula guardó y legó a la isla, una biblioteca compuesta por unos nueve mil volúmenes y sus papeles personales desde 1939 casi hasta su muerte.
Finca Vigía toma el nombre desde los tiempos de dominación española, en donde las tropas imperiales, establecen un punto de vigilancia aprovechando la altura de la colina, donde hoy reposa la casa principal, desde donde se pueden observar todos los puntos altos de La Habana, a menos de 30 minutos por carretera y mucho de sus alrededores del municipio de San Francisco de Paula.
El escritor cubano Norberto Fuentes, a quien se le permitió estudiar la casa, cuenta que Hemingway visita a Cuba por primera vez en 1928, haciendo un trasbordo cuando viajaba en barco desde Europa, camino a la Florida. Regresa a la isla para pescar por placer y por deporte. Alquila una habitación de un hotel de La Habana donde también escribe, contrata en arrendamiento la casa de Finca Vigía por un año, para comprarla luego en la cantidad de $18 500 dólares por consejo de Martha Gellhorn, su esposa en ese momento.
Cuando se llega a Finca Vigía no se divisa la casa en las alturas, por el espeso follaje de palmas, árboles y vegetación que rodean la colina. Cruzando la entrada y luego de pagar el costo de la boleta, en la cumbre se descubre una casa de ladrillo donde lo primero que resalta de la fachada, es el cuidado con que ha sido tratada, una ceiba a la derecha y en la izquierda de la puerta principal, una campana que anunciaba la llegada de visitantes al hogar de los Hemingway. A pesar de llamarse casa-museo, no se parece a los museos tradicionales pues no hay grandes avisos, placas o señalizaciones que la distingan.
Las puertas y ventanas de la casa, están abiertas de par en par, los muebles, utensilios, adornos, y hasta las botellas de licor están dispuestas, como si sus dueños de repente fueran a regresar a ocupar su domicilio. Unas cintas indican a los turistas, las áreas por donde se puede caminar sin ingresar nunca a la edificación. En las áreas aledañas, sobresale la piscina, indispensable para aliviar el calor del clima caribeño, el yate Pilar como listo para zarpar, el cementerio de cuatro perros donde se leen nombres como Blacky, Negrita, Linda y Nerón. Más de 50 gatos también señoreaban la casa y los alrededores, que fueron sepultados discretamente y sin dejar marcas, tal vez por consejo de alguna devota de la religión Yoruba, que trabajara para la familia.
Llama la atención que Hemingway tenía estantes grandes y pequeños con toda clase de libros sin clasificar, casi en cada cuarto y rincón de la casa incluyendo el baño. De no hacer cambios, todo este tesoro literario de muchos libros con anotaciones del escritor, tiene el riesgo de desaparecer porque la humedad propia del clima caribeño, la luz y el sol, son los peores enemigos de la letra impresa y el papel.
En las paredes de la sala-comedor y alcobas, sobresalen cabezas disecadas de animales africanos, cazados por la pareja de Mary y Ernest. Afición libremente aceptada en su época, pero que recibiría la condena generalizada si fuera intentada en estos tiempos, por los defensores de la protección de las especies.
Hemingway ordenó construir una torre aledaña a la casa de cuatro pisos, en la que instala un amplio estudio, donde se destaca un telescopio, la mesa de escribir, una pintura y una estatuilla de José Martí, que compró como apoyo a militantes del Movimiento 26 de Julio antes del triunfo revolucionario. Escribía a mano todos sus originales con una caligrafía precisa y clara, que luego transcribiría a máquina él mismo o por encargo y que editaría a mano antes de enviar a la imprenta.
Viviendo en Finca Vigía, Hemingway escribe o finaliza obras fundamentales de su bibliografía, como “Por quién doblan las campanas”, “París era una fiesta” y la que lo coloca en el reconocimiento mundial en muchos idiomas “El viejo y el mar”. Recibe el premio Pulitzer en 1953 y el Nobel de Literatura en 1954, al que no asiste por convalecer de un grave accidente de aviación estando de cacería en África. La medalla del Nobel, la dona al santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de la isla aunque Hemingway no profesaba ninguna religión.
Su afición por cocteles como el Daiquirí o el Mojito, le dieron fama mundial a dos bares de La Habana que frecuentaba, como son El Floridita y la Bodeguita del Medio y que siguen abiertos hasta la fecha. Luego del suicidio de Hemingway en Idaho, la viuda regresa a la isla para constatar la voluntad por escrito de su marido de legar la casa y sus papeles a Cuba, con la idea que fuera punto de encuentro de escritores y que luego devino en casa-museo.
Al comienzo, la idea de vivir en Cuba y específicamente en Finca Vigía, no había sido aceptada del todo por el escritor, pero luego narraría en 1949 las bondades naturales de un río cercano diciendo: “…la principal razón de vivir en Cuba es el gran río azul…desde la finca y a través de un hermoso paisaje, se tarda treinta minutos en llegar a él, donde hay la mejor y más abundante pesca que uno ha visto en su vida.” Luego de vivir más de dos décadas en Finca Vigía, de invitar a sus amigos más cercanos a visitarlo y de cosechar reconocimientos en sus años más productivos como literato, sin considerar mudarse a vivir a otra parte, se puede especular que Hemingway llegó a querer tanto a Cuba, como la isla lo llegó a querer a él.
La Habana, octubre de 2016.
Publicado simultáneamente en el suplemento Las Artes de El Diario del Otún de Pereira y el blog Otredad-Pensamiento Latinoamericano de París.