No es la primera vez que el chileno Jorge Edwards (Santiago 1931) se despacha contra el estalinismo en la izquierda. Lo viene haciendo desde 1973 cuando publicó “Persona non grata” y este nuevo trabajo de sus memorias, es definitivamente su continuación. “Esclavos de la consigna”, el tomo dos, sale recién en enero de este año con 294 páginas bajo el sello editorial Lumen como el más nuevo, pero tal vez no el último.
Muchos se preguntarán si Edwards es el típico rencoroso quien habiendo sido vigilado, seguido, requisado y hasta difamado por el régimen de Fidel en 1971 al llegar como encargado de negocios del gobierno de Allende a la isla, es incapaz de olvidar y pasar página. El problema es que el estalinismo en la izquierda en América Latina, sigue dando coletazos.
En “Persona non grata”, Edwards se queja con razón, de la forma injusta como fueron tratados y finalmente expulsados intelectuales cubanos y su círculo, de la talla del poeta y narrador Heberto Padilla, bajo la excusa de que criticar la revolución cubana, era lo mismo que ser contra revolucionario o peor, agente abierto o velado de la CIA.
Ya en 1966, el poeta comunista Pablo Neruda incluso sin hacer críticas abiertas a Cuba, había recibido una andanada de calificativos inmerecidos, por asistir a una reunión de la organización mundial de escritores PEN de Nueva York donde aparecieron las firmas de Fernández Retamar un incondicional de Fidel, acompañado de mucha otra gente como los escritores cubanos Carpentier o Guillén, hecho que le ofendió íntimamente y que motivan unos duros poemas de respuesta. Es la misma época que Cuba y Europa del este, promueven el “realismo socialista” como única metodología aceptable en los creadores: el arte y la cultura solamente pueden estar al servicio de la revolución.
Esas salidas en falso de los intelectuales cubanos fidelistas, no hizo otra cosa que fracturar de una vez y para siempre la unidad de un grupo numeroso de escritores y artistas de varios continentes, que alejó a muchos de seguir apoyando a la revolución cubana y que acabó para siempre con varias amistades.
En este nuevo libro de memorias, Edwards fundamentalmente repasa varias décadas de su vida, primero como estudiante dentro y fuera de Chile, luego como aspirante al cuerpo diplomático y finalmente ascendiendo en la escala como reputado vocero diplomático de Chile en varios lugares del mundo durante varios gobiernos, hasta su cómodo retiro en España.
Por sus párrafos desfila una buena cantidad de escritores en su mayoría ya fallecidos, menciona los libros y lecturas que le dejaron huella y le impresionaron e incluso comparte datos de su intimidad menos relevantes. Se nota la mención repetida hasta fatigar de la Universidad de Princeton, Nueva Jersey donde él hizo sus estudios superiores.
Jorge Edwards proviene de una familia de clase media alta, más bien conservadora. Nunca se ha declarado militante de ningún partido de la izquierda, pero es un gran observador de muchos fenómenos internos, que cultivó amistad cercana con muchos escritores del boom y con quien se puede dialogar, a sabiendas que no es un anticomunista enfermizo. Parece ignorar las trampas del imperialismo mundial para ahogar en sangre de ser posible, cada intento de un país por su liberación. En el caso de Cuba en concreto, se sabe y se reconocen múltiples intentos de eliminar físicamente a los jefes de la revolución. El error del liderato cubano, creo yo, es confundir cada asomo de crítica desde adentro o de personas amigas, como un ataque del enemigo.
Difícilmente a Edwards se le podría catalogar como persona de derecha como un Vargas Llosa, que parece coquetear con Bush y justificar sus guerras imperialistas del Medio Oriente. En este libro, Jorge Edwards admite ingenuamente que en materia de ideas políticas, muchas veces no sabe dónde está parado y eso debería eximirlo de suspicacias.
En el caso cubano, sostiene que el culto a la personalidad de Fidel no necesitó levantar estatuas o utilizar su nombre en cada obra pública, para que el comandante caprichosamente ordenara sobre la economía, las relaciones exteriores, el programa agrario o la estrecha vigilancia sobre la vida de los cubanos entrando hasta sus cocinas y dormitorios por varias décadas.
En el año 2016 el mismo cuando muere Fidel, al turista extranjero no le pierden pie ni pisada y acumulan decenas de fotos que te toman sin avisar y menos pedir permiso y de forma intencional las ves reunidas a tu salida del aeropuerto. No creo que hoy haya cambiado mucho y soy consciente que los países capitalistas hacen lo mismo de manera más sofisticada con el internet, la telefonía y las redes sociales. En el mundo moderno no existen los inocentes.
El problema del estalinismo en la izquierda, es que la discusión tiene plena vigencia con los casos de Nicaragua y sobre todo de Venezuela. El chavismo intenta repetir el mal ejemplo de levantar un modelo socialista bajo los principios obsoletos de la dictadura del proletariado, que en últimas es la dictadura de unos pocos y ultimadamente de uno o dos. Para su infortunio, Maduro no convoca, es torpe e improvisado y apenas es capaz de recitar dos o tres frases muy gastadas y terminar su discurso político con mentiras, fantasías y uno que otro disparate que causan risa y dan pena y él parece no darse cuenta. Nadie ha ayudado tanto a la ultraderecha mundial y a las oligarquías latinoamericanas con arsenal anti socialista y descrédito, como Maduro.
Cómo se desate finalmente el nudo de Venezuela, tendrá una enorme repercusión en las elecciones presidenciales en Colombia, por su cercanía y el efecto dominó, porque será presentado como el modelo a evitar a toda costa. Se nota el gozo de Holmes Trujillo (candidato presidencial fijo) y de sus jefes de la derecha colombiana, con cada una de las metidas de pata del venezolano.
Los partidos progresistas y de izquierda colombianos deberán ser más inteligentes, para desmarcarse de ejemplos fracasados y no seguir tras los reductos de un marxismo ilustrado con pocos seguidores desde los años treinta del siglo pasado.
Nicaragua y Venezuela hoy parecen proyectos fallidos de revolución, que ven eclipsados sus avances sociales y económicos por los escándalos monumentales de corrupción y enriquecimiento personal, derroche, represión feroz, asocio con paramilitares, inflación astronómica a costa de los sufrimientos de grandes masas desposeídas y desesperadas, que apenas notan alguna diferencia con los modelos de sociedad capitalista que se supone dejaban atrás y que finalmente deciden emigrar en masa.
Maduro no tiene defensa y el partido gobernante parece incapaz de quitarlo del medio y cambiar de rumbo y mejor deciden que el agua les siga subiendo arriba del cuello y finalmente los ahogue. Lo que vemos entonces, es la confirmación que una propuesta de socialismo en estos tiempos no tiene ningún futuro sino se hace en democracia, convocando la voluntad popular desde abajo, que quite del poder a los ricos, castigue duramente a los corruptos y den oportunidades reales a los más pobres y desamparados.
Me parece que en ese contexto, que invita al análisis y la reflexión y que le apuesta a la democracia, este ameno libro de Jorge Edwards como los inmediatamente anteriores, reivindica el valor del debate abierto y el pluralismo de las ideas.