Moscú sigue envuelta en un denso manto de árboles que la protege de la contaminación, algo que se complementa con la limpieza y eso le da un respiro, a pesar de su tamaño colosal y la cantidad de personas que han llegado aquí a buscar oportunidades. Ahora viven unos 15 millones de habitantes, aunque los estimados oficiales apenas reconocen 11 que por supuesto, deja por fuera a todos los indocumentados en su mayoría provenientes de las exrepúblicas soviéticas.
Comparada con las otras grandes capitales europeas, Moscú se considera una de las más baratas, si tenemos en cuenta que a la fecha todavía compran el galón de gasolina al equivalente a un dólar, mientras Estados Unidos rápidamente se acerca a los cuatro dólares. La alimentación también es relativamente accesible y variada. Lo más complicado de conseguir desde los tiempos soviéticos es la vivienda y el nuevo régimen, le da prioridad a construir complejos habitacionales y edificios para los ricos.
Cuando la URSS se disuelve oficialmente en 1 991, la extrema derecha en el mundo salió a reclamar los laureles para Reagan y Thatcher entre otros, cuando en verdad los verdaderos sepultureros del socialismo venían desde adentro. Los expertos no lograban entender cómo un desconocido e iracundo como Yeltsin, se hacía al poder y el respaldo mayoritario, para derrumbar un sistema considerado inexpugnable.
Lo que ocurrió fue que el modelo económico colapsó, porque no satisfacía las necesidades de la mayoría. Deben citarse como factores, la fallida invasión soviética a Afganistán de diez años y 15.000 militares muertos, los exorbitantes gastos militares en detrimento de las necesidades sociales, el estancamiento de la producción de bienes de consumo y servicios, los subsidios millonarios a la economía local y del exterior, la burocracia improductiva y el golpe final lo propinan los propios funcionarios y administradores del Partido Comunista en masa que buscaban el beneficio personal. Hacía mucho habían perdido la fe en el socialismo; solamente faltaba derrumbar las leyes escritas bajo la excusa de instaurar una democracia de tipo occidental y pasar a subastar los inmensos recursos productivos y naturales al mejor postor.
Lo acumulado colectivamente con sudor de varias generaciones, podía ser aprovechado por unos pocos avivatos con dinero en efectivo, durante la privatización. Todo se puso a la venta. Las revistas que se ocupan de los millonarios, aseguran que hay más ricos concentrados en Moscú y con más fortunas que los que viven en Ginebra, Suiza donde se goza de bajos impuestos. Los autos de lujo rodando por Moscú y el estilo extravagante de sitios como el Hotel Ucrania, apenas comparado con Las Vegas en Estados Unidos, dan fe del modo opulento de vida de la nueva clase dirigente.
Con la caída del socialismo, en Rusia no se produjeron ejecuciones sumarias como en Rumania, ni juicios políticos como en la Alemania socialista. Si alguien debió ir a juicio por cobardía y abandono de su cargo debió ser Gorbachev, quien goza tranquilamente de su generosa pensión, vende libros y cobra por dar conferencias sin que nadie lo moleste.
El nuevo gobierno parece conservar del tiempo soviético lo que cree útil y desecha lo demás. Hay quejas por ejemplo, que el retrato del fundador histórico de la KGB, un fiel leninista, sigue muy orondo en las oficinas del servicio federal de seguridad actual. Rusia vuelve a ondear la bandera del zarismo que habían eliminado los bolcheviques en 1 917, mantiene el himno soviético pero reformado y desmonta una buena cantidad de monumentos de la época comunista, aunque los más grandes siguen en pie. La momia de Lenin ya perdió la guardia de honor y aunque sigue vigilada, puede muy pronto ser enterrada y el mausoleo borrado del mapa.
Ahora en Rusia existen más partidos políticos, los fieles ortodoxos llenan las iglesias, hasta los grupos racistas y neo-nazis tienen libertad de expresión, la gente habla sin miedo, pero veintidós años después, la prometida democracia sigue esperando. Putin escogió a dedo a su sucesor quien gobernó un período, para luego cederle su turno y volver al poder, buscando quedarse por tiempo indefinido. Parecido a lo que quiso hacer un expresidente en Colombia, aunque no le funcionó.
Los primeros derechos perdidos por la gente con la disolución de la URSS, fueron el pleno empleo y la seguridad social. El efecto económico del capitalismo no se hizo esperar. Miles de taxistas piratas deambulan por Moscú buscando pasajeros, se dispara el comercio informal y las ventas ambulantes y muchos ancianos ahora se dedican a mendigar. Para colmo, miles de mujeres principalmente jóvenes, entraron en el comercio sexual bajo la fachada de hacer modelaje o servir de compañía. Los folletos para turistas no solamente las tolera, sino que las promueve al punto de anunciar: “muchachas encantadoras y educadas de categoría superior, están listas para hacer cualquier favor.”
Denis, un ruso con quien entablo conversación donde me alojo, califica en voz alta a Putin como “el ladrón”, pensando cómo administra los millones de rublos entre su círculo y cómo la corrupción reina sin control, mientras las necesidades sociales deben esperar y muchas obras públicas demandan mantenimiento urgente que no llega. Lo que Putin sabe capitalizar muy bien, es el nacionalismo ruso cuando de amenazas desde el exterior se trata.
La gente de Moscú por ahora, se seguirá volcando todos los días en medio de empujones a los vagones del Metro heredados de la época soviética, llenando el Teatro Bolshoi para ver el Lago de los Cisnes, visitando los museos del Kremlin, de Tolstói, Pushkin, Chéjov y Gogol, rezando en la imponente catedral ortodoxa de Cristo El Salvador, yendo a conciertos de música, dejando claveles en honor al astronauta Gagarin, agitando las banderas de los equipos locales de fútbol Spartak o el CSKA y adaptándose a la nueva realidad.
Antes de dejar el país, me llama la atención una escena que tal vez ilustra el cambio de los tiempos y lo que puede ser el futuro de Rusia. Al subirme al Metro, cuento a siete niñas de pie como de 8 a 10 años haciendo un círculo con las cabecitas muy juntas e ignorándonos al resto de los pasajeros. Como no hay mucho sitio, finalmente encuentro lugar muy cerca de ellas y me percato, que lo que concentra su atención es un videojuego que comparten alegremente.
Es imposible predecir, cómo el pueblo ruso encontrará finalmente el camino a la democracia, cómo se sacudirá de Putin y la corrupción oficial que lo carcome y cómo recobrarán sus derechos sociales y económicos los más pobres. Espíritu de lucha, es algo que al pueblo ruso jamás le ha faltado. Pero algo es cierto, lo ocurrido en 1 991 ya no tiene marcha atrás. El período soviético ahora es historia.
Publicado originalmente en el suplemento “Día D” del diario El Nuevo Siglo. Bogotá, octubre de 2014.