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Los laberintos de Franz Kafka

Cualquiera que vaya esta semana por las bien surtidas librerías sobre la Plaza Wenceslao de Praga, notará de inmediato que entre los estantes de los más vendidos, se encuentra ese escritor que incita a resolver los enigmas, el misterio y lo inexplicable en la vida cotidiana como es el praguense Franz Kafka (1883-1924) y no solo en checo el idioma nacional, pero también en inglés, francés, alemán, italiano, español y ruso. Existe más de una editorial que se ocupa de publicarlo en diferentes formatos, que van desde sus títulos individuales, hasta un tomo con sus obras completas conocidas.

Escultura dedicada a Kafka del artista Jaroslav Róna en el centro de Praga.
Foto por Javier Amaya.

El escritor nacional que tal vez lo sigue en interés e importancia, es Milan Kundera, quien continúa escribiendo y publicando desde París. Pero si uno recorre el casco viejo de la ciudad, por el número de monumentos y huellas que dejó Kafka, es el que domina la escena lejos de habérselo propuesto. Hay unas esculturas dedicadas a él, como también una placa en la casa donde nació, al menos otras dos casas donde vivió, el sitio donde cursó el bachillerato, un museo muy bien documentado y por último su tumba en uno de los cementerios judíos en el centro de Praga.

Hasta un persona que descubrió las ruinas de una casa antigua debajo de su piso, se inventó una exhibición con muy poco que ver con el escritor, pero que le genera ingresos solo citando su nombre y donde irremediablemente caemos muchos ingenuos, gracias a estar ubicado al cruzar la calle de la casa donde nació el prolífico escritor.

En vida, Kafka publica unas cuantas obras, pero sus cartas personales a amigos, novias y familia resultan una fuente de inmenso valor para entender a Kafka y escudriñar en su proceso creativo. Si a alguien podemos responsabilizar de la corriente del existencialismo como corriente literaria y cultural del siglo XX es a Kafka, incluso antes que al propio Sartre. La muestra fehaciente de tal afirmación es “Carta al padre” que su autor jamás consideró una obra de valor literario, sino un documento absolutamente personal y privado que al parecer nunca llegó a manos del destinatario, porque la madre luego de leerla se niega entregarla como se le pidió. A juzgar por la dureza de sus términos, habría sido un golpe demoledor.

La carta escrita a mano y por el tamaño de la letra necesitó al parecer más de 100 cuartillas de papel y fue concebida cuando Kafka vivía solo en una pensión de Bohemia en 1919 ya adulto, apenas años antes de su muerte prematura a causa de la tuberculosis cuando no se conocía la cura y tratamiento.

La carta escrita en alemán su idioma natal, explica de forma pormenorizada el daño irreparable que puede causar durante la crianza un padre autoritario, machista y dominante sobre los hijos, que termina por negarles su autoestima, independencia y libertad individual que cualquier hijo requiere y debe desarrollar. Kafka cita escenas, diálogos y detalles de las múltiples veces que Hermann Kafka ejerce esa crianza malévola sobre él y también relata en detalle los resultados diversos y negativos en sus hermanas. Incluso recrimina que el padre arrogante que todo lo controla, tuviese una opinión negativa sobre un amigo de Franz, que se dedicaba al teatro. Se dice que también tuvo como compañeros de escuela a socialistas y anarquistas muy apreciados por él y que por medio de su amistad validaron muchas de sus opiniones contra el poder y los estados déspotas de su tiempo.

El lenguaje es directo y sencillo y con frecuencia admite sus propios errores en esa relación disfuncional padre-hijo, armado de una gran sinceridad y abriendo su corazón sin ningún tapujo y de paso, explicando sus propias interpretaciones de la religión judía y vegetarianismo que abrazó en los últimos años por su propia decisión.

Las inseguridades de Kafka van desde su timidez y aspecto demacrado a causa de la tuberculosis y rasgos físicos que obviamente no son anglosajones, hasta el cambio de carreras que siendo joven quiso estudiar en la universidad, pero que lo llevan al final a hacerse abogado para complacer al padre, o las veces que canceló unas promesas de matrimonio con mujeres que amó, pero que en opinión paterna no traían avance económico o estatus social a la familia. Seguro muchas mujeres y hombres de nuestro tiempo, lamentan verse retratados allí.

Franz Kafka encuentra en la literatura su punto de escape y declaración de libertad para su existencia oprimida, al punto de afirmar “Yo no soy más que literatura y puedo, pero no quiero ser ninguna otra cosa”. Era también una queja directa a no poderse dedicar a escribir de tiempo completo, en vez de tener que hacer horas de oficina para sostenerse. Es como puede ajustar cuentas con décadas de autoritarismo y desamor, donde puede navegar libre creando insectos repugnantes de seres humanos que se degradan y plasmarse en otras ficciones que logra publicar en vida.

Yo creo que el Samsa-insecto de su “Metamorfosis” es un imaginario del propio Kafka, que irremediablemente busca su autodestrucción, a desaparecer, para alivio de muchos. Cuando el individuo se deshumaniza, ya no nos mueve ni el pesar ni la compasión y solo queremos que se vaya para siempre. Es exactamente como se justifican las guerras, al mostrar al enemigo carente de humanidad y de sus aspectos comunes con todos nosotros, entonces se vale pulverizarlo sin remordimientos.

Con su hermana menor Ottilie, Kafka tuvo una relación especial porque ella encontró sus propios caminos para enfrentar al padre controlador y logra emanciparse creando una complicidad y alianza permanentes entre ellos. A Ottilie le confía más de 20 cuadernos de valiosos manuscritos y muchas cartas que se pierden, cuando la criminal Gestapo la arresta en 1943 para trasladarla al fuerte militar Terezin al norte de Praga y de allí a un campo de concentración nazi donde muere; como murieron también sus otras dos hermanas solo por ser judías.

A Max Brod amigo cercano y albacea de Kafka, le había pedido destruir cartas personales y todo el material no publicado, que por fortuna no cumplió y que permitió ampliar nuestro conocimiento de su obra que pone su sello distintivo desde Praga para el mundo en el siglo XX. Más de nueve décadas después de su muerte, se cree que todavía existe una parte importante de su obra sin publicar, por la negativa de los herederos de Brod de cederla al estado de Israel, que la reclama en tribunales como propia diciendo que este la cedió, cuando emigra allí terminada la segunda guerra mundial.

Praga, mayo de 2019.