Hasta esta casa de la Avenida Río Churubusco 410 del barrio del Carmen, en el municipio de Coyoacán de Ciudad de México, se extendió la mano delincuencial del georgiano José Stalin para eliminar a quien fuera su superior, su camarada en armas y segundo después de Lenin, el líder militar ucraniano León Trotsky un miércoles 21 de agosto de 1940, a manos del fanático catalán Ramón Mercader.
La figura de Stalin puede significar distintas cosas según a quién se le pregunte. Sus retratos todavía se notan esporádicamente en Moscú, entre fieles seguidores que seguramente no lo conocieron, ni fueron directamente afectados por sus políticas bárbaras de imponer lo que él entendía por comunismo, al costo que fuera.
Luego de la muerte de Lenin en 1924, cuando Stalin estuvo muy cerca de ser destituido del cargo de jefe máximo, aprovechó las divisiones, hizo y deshizo alianzas y prácticamente eliminó a todos los viejos bolcheviques hasta sustituirlos por su gente de confianza o por quienes sabía que le temían y podía neutralizar. Casi todos sus jefes de inteligencia subordinados a él por décadas, cayeron en desgracia y terminaron ejecutados. Las víctimas de las hambrunas se calculan en millones.
La persecución tenaz por varios países, la eliminación paulatina de personas del entorno de Trotsky, la campaña de mentiras y acusaciones de estar conspirando para eliminar a Stalin o de trabajar para una potencia extranjera contra la URSS, todas ellas solo indicaban el deterioro mental de Stalin y el temor que Trotsky lo quitara del poder y seguro llevarlo a juicio y a la humillación pública junto a su pandilla.
Existen evidencias documentales, que la policía política NKVD, antecesora de la KGB con Beria a la cabeza, elaboraba la lista de objetivos, reunía las denuncias ciertas o inventadas, los arrestaba y bajo tortura hasta lograba confesiones de sedición, para proceder a fusilar con la aprobación escrita del puño y letra de Stalin.
Para otros en cambio, Stalin es el estratega que reclama el honor de aplastar las hordas nazis de Hitler salvando a la Unión Soviética y al mundo, del Reich de mil años que buscaba arrodillar al planeta completo, ante un imperio alemán sediento de riqueza y de muertos, que impondría una supuesta raza superior aria sobre todos los demás.
En verdad Stalin es un ícono sangriento, un sicópata, cuyas decisiones y políticas, ya fuera en purgas, hambrunas y defensa del estado y su poder personal, está regado de miles de cadáveres anónimos y también de personas reconocidas.
Trotsky en su casa de Coyoacán, redactó por largo tiempo lo que parecía una biografía política de su verdugo, volumen que simplemente se conoce publicado como Stalin y que no alcanzó a terminar. Se documentó escrupulosamente de pruebas poco conocidas, de documentos originales, de minutas de reuniones, etc. y desenmascara a los propagandistas de Stalin demostrando varios hechos contundentes:
- Que la educación formal más extensa y tal vez la única, la recibió Stalin de un seminario para ser cura donde su vida transcurría entre lecciones de teología, cánticos y rezos, la preparación menos idónea posible para gobernar el país más extenso del mundo.
- Que Stalin no siempre fue bolchevique. Hizo parte de otras facciones y se fue acomodando a la que finalmente consideró sería la victoriosa.
- Stalin no siempre fue incondicional a Lenin como lo repetía la propaganda oficial. Tomó muchas decisiones desafiando la autoridad de Lenin, siendo reprendido muchas veces por este y terminando transferido a otros cargos.
Trotsky había llegado a México desde Europa en 1937, siempre asediado por los matones de Stalin que urdían planes para eliminarlo y se asila en el país latinoamericano donde su presidente Lázaro Cárdenas le acoge y brinda protección. El genial pintor de izquierda Diego Rivera y otros intelectuales gestionaron todo el proceso. Este gesto humanitario a Rivera, le gana la animadversión del Partido Comunista al que pertenecía hasta ser expulsado.
La casa museo de Trotsky en Coyoacán se conserva fiel como su último ocupante la dejó. El sitio central es el patio rodeado por la edificación como tal. Está rodeada por un muro de varios metros de alto y unos miradores que utilizaba la guardia. Ahí están las jaulas de las gallinas y las conejeras que el revolucionario atendía, captado en fotografías.
Su biblioteca incluye una enciclopedia en ruso y cientos de volúmenes en otros idiomas en francés, inglés, alemán y español. Se exhiben sus espejuelos redondos, un sombrero y un bastón de apoyo, indumentaria de su última esposa Natalia, una tina de estilo europeo, tal vez su mayor lujo y algunas camas muy simples.
El cubano Leonardo Padura, (La Habana, 1955) publicó en 2009 una valiente y excelente novela sobre el tema: “El hombre que amaba a los perros” donde narra cómo terminan víctima y victimario en ese ataque cobarde y desigual de 1940. Los restos de Trotsky y su esposa Natalia que le sobrevivió varios años, descansan hoy en el patio de la casa. El cuerpo de Mercader, yace en un oscuro cementerio ruso y hoy menos gente lo califica de héroe. Padura es un maestro del género policiaco y le pone el suspenso y el tono para que el lector recorra el escenario y se asombre con sus protagonistas, aunque conozca de antemano el desenlace.
Llama la atención que Padura publique este tema en un país como Cuba, con más simpatía por el estalinismo que por el trotskismo y donde disentir de la línea oficial del estado tiene sus consecuencias.
Tal vez algún día Padura levante el velo de otro ícono sangriento, como fue Che Guevara, conocido por sus fusilamientos a discreción, que muchos cubanos en voz baja todavía lamentan y dicen que el héroe de muchos románticos de izquierda, era un carnicero incapaz de la compasión.
En Colombia, un político mal llamado presidente eterno, tampoco logra ocultar con su popularidad, la huella sangrienta de sus decisiones y su obsesión por el poder, sufriendo de la ansiedad enfermiza de querer espiar a todo el mundo. Esto comprueba, que torcer la ley y delinquir impune bajo la protección estatal, no tiene un sello ideológico.
A pesar de todos los años transcurridos, el estalinismo no quedó sepultado con el cadáver del personaje. Trotsky y su apoyo fundamental al triunfo de la revolución bolchevique, nunca fueron reivindicados en toda su dimensión en Rusia, ni siquiera en la fecha del centenario de 2017. En ese sentido, la exquisita novela del cubano Padura fue un buen comienzo.
Coyoacán, Ciudad de México.
Publicado en el suplemento Las Artes de “El Diario” en Pereira, Colombia.