Hoy fui testigo de un desfile sin precedentes en la ciudad de Seattle. Desde muy temprano, gente de todas las edades, razas y condiciones, desafiando las gélidas temperaturas llegaron con varias horas de anticipación a la Cuarta avenida, para asegurar un sitio directo donde ver la parada. La reciente victoria deportiva parecía pertenecer a todos.
Los medios de comunicación calculan en alrededor de 700 000 almas, procedentes no solo de la ciudad, pero de varios pueblos vecinos que viajaron por carretera y barco, para saludar a los Seahawks, el equipo de fútbol estadounidense que se alzara con el premio mayor del Súper Tazón, al derrotar a sus contricantes de Denver con un marcador aplastante.
Lo que resulta curioso, es que esa cantidad de participantes en el desfile, supera muchas veces el número de sillas del estadio lleno y que probablemente, más de la mitad nunca los haya visto jugar más que en las pantallas del televisor. Alguien me aseguraba que muchos fanáticos incluso, ven los juegos sin entender las reglas. Los deportes profesionales, incluyendo el fútbol en casi todo el mundo, son ante todo un negocio que deja ganancias muy jugosas para los dueños de los equipos.
Los jugadores-estrella del momento, tienen muy poco en común con los residentes de Seattle. Aparte de provenir de familias humildes y ser de color, sus salarios ahora superan por miles de dólares y algunos en cientos de miles al promedio y se dan el lujo de vivir muy lejos de aquí, donde las estaciones y las temperaturas son más agradables. La fortaleza y destreza física son el requerimiento fundamental para hacer parte del equipo, por encima de la formación académica que muy pocos jugadores tienen.
Pero el sabor de la victoria del equipo y la sensación intangible de ser “campeones” parece compensar una larga cadena de frustraciones colectivas, que saturan las noticias todos los días. Los tiroteos casi mensuales protagonizados por desadaptados en su mayoría jóvenes, aduciendo cualquier motivo. La crisis económica que todavía no se supera, los miles de desempleados, la gente sin hogar, las viviendas que se pierden y sobre todo la cadena de promesas incumplidas y escándalos políticos de espionaje a extraños y propios, protagonizados en cabeza del presidente y quienes lo apoyan en los dos partidos. El mismo que prometiera en sus campañas, hacer muchos cambios en el país, que rápidamente olvidó para no hablar más de ellos.
Dice una leyenda que un emperador romano afirmaba, que el pueblo necesita pan y circo y como el pan no alcanzaba para todos, quedaba el circo. También en nuestro caso, parece que hay una necesidad urgente de escape. La emoción aunque efímera, ayudará en algo sentir otro sabor, olvidar momentáneamente las malas noticias y la frustración. No nos acordaremos de los políticos mentirosos y corruptos. Ni siquiera pensaremos en los salarios escandalosos que ganan los jugadores, ni tampoco nos preguntaremos cómo devuelven a la sociedad mucho de lo que se llevan.
Febrero 5 de 2014.