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Memorias de un taxista en La Habana

Referirse a Cuba en los últimos cincuenta años, siempre ha sido motivo de controversia en razón del modelo económico y político que escogió, presionada por circunstancias de grave peligro que la amenazaba con un gran baño de sangre y hasta su desaparición como nación soberana.

plaza-4-2Leer sobre ella, para alabarla o para condenarla es una cosa y otra distinta, verla y sentirla en persona. Julio Duque es un matancero de 52 años que ha vivido en La Habana hace mucho y ha ejercido como taxista los últimos 17. En verdad es un veterinario que como millones de cubanos, no ejercen su profesión por falta de plazas. Se jacta de conocer toda la isla y de haberla recorrido en detalle. Conoce la capital como ninguno y le puede recomendar a los visitantes los mejores sitios, prevenirlo de costos innecesarios y guiarlos para que disfruten lo mejor de esta ciudad calurosa, musical, modesta y acogedora.

Le toma algo de tiempo antes de hablar con sinceridad, de lo que piensa de su país, que parece aproximarse al final del embargo decretado por Estados Unidos y a la posibilidad de entablar un comercio desconocido, que le puede abrir muchas puertas, de la mano de nuevas dificultades.

Duque tiene serios reparos al gobierno de su país, no deja de reconocer el valor de su sistema de salud, modelo para el mundo, la educación gratuita para todos y los programas de seguridad alimentaria básica que llegan a cada cubano. Se queja de estar gobernados por un solo partido, del centralismo excesivo y hasta de las promesas incumplidas por sus ancianos gobernantes que repetidamente les hablaron de socialismo sin privilegios para todos. Él se pregunta, por qué varios de los hijos Castro, de pronto con una excepción, viven en la comodidad como parásitos, sin comprometerse al trabajo duro en favor de la población.

Se duele también que no una sino dos veces, trabajó duramente como brigadista en grandes proyectos de construcción de vivienda, donde al final se beneficiaron otras personas que no dedicaron ni una hora de trabajo a largas y extenuantes jornadas.

Cruzamos raudos por el malecón y en lo alto de un edificio, ondea una bandera de la extinta Unión Soviética, recuerdo irónico de una relación especial con una potencia, que de la noche a la mañana, desmontó su modelo socialista en una macabra jugada de un cobarde como Gorbachev y un traidor ambicioso como Yeltsin. Todo a nombre de la democracia, que a la Rusia de hoy, todavía no llega.

El veterinario-taxista Duque fustiga con vehemencia el sistema de dos monedas circulantes como son el CUC, unidad convertible de mayor valor que el dólar de Estados Unidos y alternamente el CUP o peso cubano, que vale una fracción insignificante respecto al primero. El CUC establecido luego del derrumbe del socialismo soviético, básicamente cierra la puerta a la libre circulación de dólares de Estados Unidos, al tiempo que los capta en las estatales Casas de Cambio y que reciben miles de familias en la isla de parientes en el exterior. No quiere uno imaginar, cómo se las arreglan las familias que no reciben divisas.

El centralismo excesivo, la injerencia y férreo control del estado en muchos aspectos de la vida del ciudadano, también los atosiga, aunque se justifiquen diciendo que se llevan a cabo para la protección de la nación y sus ciudadanos.

Millones de jóvenes que invierten años de esfuerzo y estudio para hacerse profesionales, se desmotivan cuando encuentran empleos que pagan sueldos de miseria y al tiempo, se les impide ejercer en iniciativas privadas, como por ejemplo médicos y otros profesionales de las ciencias de la salud. Tampoco se entiende que con necesidades internas muy evidentes, se auxilie a otros países pagando altos costos económicos y sociales.

Julio Duque nota la diferencia entre los estilos de gobernar de Fidel y Raúl y ve en el último, cambios lentos y graduales en medidas que se debieron tomar hace mucho. Todas las noches y para aliviar el calor, hombres y mujeres salen al malecón de La Habana, acompañados de niños pequeños o mascotas, un refresco o un ron y ahora por disposición del gobierno, señal Wi-Fi para hablar con gente de otros rincones de Cuba o del mundo.

Pero ojo, Duque no tiene ninguna simpatía con los llamados disidentes, a quienes no les ve ningún futuro. Tampoco tendría nada que ver con esfuerzos contrarrevolucionarios y advierte, que la base social de apoyo del gobierno es superior a la que calculan los enemigos en el exterior. Hay millones de personas de todas las edades que sin ser comunistas, son abiertamente Fidelistas y defenderían a Cuba de una agresión con sus propias vidas.

Al final de la visita, recibo la hospitalidad junto a mi familia en casa de los Duque, donde lo primero que uno encuentra son las fotos de Fidel y Raúl junto a un cartel que me recuerda que los Comités de Defensa de la Revolución CDR, que igual que un espíritu divino, están en todas partes.

El edificio donde vive, se ve feo y descuidado por fuera, pero las viviendas en el interior aunque pequeñas, son agradables y bien cuidadas. El ascensor ruso sube y baja parando en todos los pisos, menos en el noveno donde vive Duque. Luego de disfrutar las delicias del róbalo, croquetas cubanas, moros y cristianos, sopa de res, rematados con cerveza Cristal, me dice:

  • En mi tiempo de vida, no conozco un sistema distinto que el que tengo. Me gustaría tener la oportunidad de viajar y conocer, pero no quisiera vivir y menos morir en ninguna otra parte que no fuera Cuba.

Y añade:

  • El progreso no se puede detener.

Y concuerdo con él, pensando en mi propia realidad, donde un payaso insípido apoyado por miles de millones de dólares que lo respaldan, insiste en ser presidente pensando que somos marionetas de los shows de poder que a él tanto le gustan. También yo, aspiro que algún día, tengamos una democracia verdadera para todos los ciudadanos y no solo para los poderosos.

La Habana, octubre de 2016.

Pulbicado originalmente en el suplemento Las Artes, de El Diario del Otún en Pereira, Colombia.