*“…se me ha muerto como del rayo…”
Yo fui uno de los muchos compañeros de conversación ocasional, de la médica colombiana Lisbeth Rodríguez (1969-2015) a su paso por Seattle. La conocí cuando ella estudiaba medicina natural y alternativa en una prestigiosa escuela y coincidimos luego en un comité de compatriotas, denunciando los desmanes del gobierno de turno contra la protesta social, los derechos y las libertades sindicales en Colombia.
Foto cortesía de la Familia Rodríguez.
Nos ideamos unos foros mensuales a los que denominamos “Tinto por la paz” y tuvimos como escenarios la Biblioteca Pública, la Universidad de Seattle y otros, denunciando las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, contactando a los congresistas estadounidenses y demandando recorte a las ayudas militares.
Yo no sabía que Lisbeth escribiera, conocía algo de sus variados talentos e intereses de lo que nos contaba, hasta que un día nos invitó a un grupo a su casa, porque se marchaba de Seattle a seguir estudiando medicina en Cuba. Mientras desechaba, regalaba y rompía lo que no pensaba llevarse, me enseñó unos manuscritos que me motivaron a decirle que tenía material digno de una publicación. No me tomó en serio, sus prioridades eran otras y estoy seguro que la mayoría de sus notas íntimas terminaron en el reciclaje.
A algunas personas la poesía les fluye natural y espontánea, pueden dibujar por escrito sentimientos, recuerdos e imágenes que revelan con una dimensión estética cuando se leen. Ese era el caso de Lisbeth, pero no le daba mayor importancia. Es más, ni siquiera tengo la certeza que a sus escritos los llamara poemas. Su sensibilidad extraordinaria con las necesidades de la gente más desvalida y su disposición de ayudar, la hacían la poeta óptima.
Un absurdo accidente en carretera, truncó para siempre tu escritura. Aquí comparto algunos de los poemas que me regalaste, fechados décadas atrás. Gracias Lisbeth.
*”Elegía” de Miguel Hernández.
Fragmentos
I.
Entre ocaso y pesadillas,
me sorprendo llena de imnunidad,
has tocado mi cuerpo vida,
con una estocada de dolores,
pero mis sueños no están al alcance
de tu espada.
II.
Escucha tu corazón
todas las voces,
todas los efímeros pensamientos.
Se transforman allí en eco
de tu propia verdad.
III.
Todos mis días
se empujan
en esta espera
de mi amor.
Todos los pensamientos
no son suficientes
para sosegar esta sed
de conocimiento.
Ninguna técnica
desvanece mi interminable pregunta,
solo el amor logra apartarme
de estos desdenes del intelecto.
IV.
Hay quienes como yo,
no pueden resistir la tentación
de un papel en blanco.
¿Decirte qué? Sin embargo al cabo de algún tiempo,
será distinto este efluvio de emociones que me asaltan.
…y tú amor sin embargo,
lo puedes contamplar todo,
desde el infinito dictamen del sentimiento,
hasta la más efímera caricia.
La versión original de este artículo fue publicada en el suplemento “Las Artes” de El Diario del Otún en Pereira, Colombia. Septiembre de 2017.